Las
seis estrellas polares principales (la actual Polar, alfa Cefeo,
Deneb,
Vega, Hércules y Thuban) con sus correspondientes constelaciones.
Vega, Hércules y Thuban) con sus correspondientes constelaciones.
Se
sabe desde hace ya unas décadas que el centro de la Vía Láctea es
un “agujero negro” que, pese a la enorme distancia que hay entre
éste y el sistema solar, sin embargo su campo gravitacional es tan
poderoso que los efectos de esa alineación deben dejarse sentir en
todo el planeta y a distintos niveles. Hemos de recordar y hacer
hincapié en que, debido a las leyes de las analogías y las
correspondencias todos los planos de la manifestación están
interrelacionados entre sí. De esta manera, los desequilibrios en el
mundo del hombre (que incluye a la Tierra y su medio natural)
expresan otros de un orden más sutil, invisible, que afectan al Alma
del Mundo, obra del Demiurgo, que siendo manifestada, es decir
sometida a la dualidad, también “sufre” periódicamente
desarreglos en el funcionamiento de su armonía, la cual debe ser
nuevamente “ajustada”, es decir concordada como diría Platón,
al Modelo Original, Arquetípico, gracias a las distintas
manifestaciones “históricas” del Espíritu, lo que en la
tradición hindú se denomina el “descenso” de los Avataras de
Visnú, el dios conservador.
Vemos
así que el “Batido del Océano de Leche” es una acción del
Polo, y en algunos mitos de diversos pueblos se habla que de esa
“agitación” en el mar primigenio van emanando todas las
constelaciones, estrellas y cuerpos celestes que alumbran el mundo
como brotando de ese centro, que es en realidad la morada del Dios
creador.
En
efecto, según el hinduismo el Polo es la morada de Visnú, el dios
conservador del cosmos y al mismo tiempo el que da a este las leyes e
ideas-fuerza arquetípicas que permitirán actualizarlo y ordenarlo,
que es lo que indica precisamente el simbolismo de los “tres pasos”
de Visnú, que son las “medidas” arquetípicas a través de las
cuales los tres mundos se organizan.
Recordamos
que René Guénon (en el cap. III de El
Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos)
nos dice que la palabra mâtrâ,
o mantrâ
significa literalmente medida, pero añade que lo así “medido”
son las posibilidades de manifestación inherentes al Espíritu, a
Âtmâ.
Es
interesante entonces señalar la relación que existe entre esas tres
medidas trazadas por los pasos de Visnú,
y el mantrâ
AUM, compuesto también de tres letras. De este monosílabo sagrado
se dice que contiene el sonido o Verbo primordial, que constituye la
esencia del Veda,
de la que deriva el Dharma,
la Filosofía Perenne en su aplicación en el orden cósmico y
humano. Por eso mismo existe la Tradición, palabra que contiene los
conceptos de recibir y de transmitir la Sabiduría Perenne, y
necesariamente en el orden humano esa Tradición se refleja en todas
aquellas organizaciones iniciáticas y de verdadero Conocimiento que
a lo largo de la Historia han sido las que han organizado la cultura
y la civilización en cualquier lugar de la Tierra.
Precisamente
el Polo es designado en sánscrito con el nombre de Dhruva,
cuya raíz etimológica es la misma de Dharma,
según nos recuerda René Guénon, quien en otro lugar (“Dharma”,
en Estudios
sobre el Hinduismo)
nos dice a este propósito:
“Se
sabe que dharma
es
derivado de la raíz dhri,
que significa portar, soportar, sostener, mantener; se trata pues
propiamente de un principio de conservación de los seres, y por lo
tanto de estabilidad, al menos mientras ésta es compatible con las
condiciones de la manifestación, pues todas las aplicaciones del
dharma
se
relacionan siempre con el mundo manifestado”.
Y
añade que Dharma
es una expresión de Atma,
el Principio no manifestado e inmutable. El Dharma
refleja entonces esa inmutabilidad, en el orden de la manifestación;
no es "dinámico" sino en la medida en que manifestación
implica necesariamente "devenir", pero es lo que hace que
este "devenir" no sea puro cambio, y lo que mantiene
siempre a través del cambio mismo cierta estabilidad relativa …
efectivamente, es a la idea de "polo" o de "eje"
del mundo manifestado a la que conviene referirse si se quiere
comprender verdaderamente la noción del dharma:
es
lo que permanece invariable en el centro de las revoluciones de todas
las cosas, y que regula el curso del cambio por cuanto no participa
en él.
El
Polo, siendo una imagen simbólica del Dharma
lo “representa” en el orden sensible. Él nos está señalando, o
mejor transmitiendo ya que se trata de un símbolo, la idea de que en
el movimiento del devenir existe un lugar que no está sujeto a ese
cambio, y no solo eso sino que mantiene siempre a través de dicho
cambio una cierta estabilidad.
El
dato astronómico nos dice que ese punto del cielo está ocupado por
la Estrella Polar que es la prolongación celeste del polo terrestre.
Sin embargo, como hemos visto, la Estrella Polar se va desplazando
muy lentamente como consecuencia del movimiento precesional, y al
cabo de unos miles de años, es otra la que ocupa su lugar. La
Estrella Polar de cada momento cíclico puede ser distinta, pero la
idea de Polo y por tanto de estabilidad permanece por encima de
cualquier “movimiento” precesional.
En
su obra Julio
César,
W. Shakespeare pone en boca del estadista romano:
“Pero
yo soy constante como la Estrella Polar que no tiene parangón en
cuanto a estabilidad en el firmamento”.
Toda
persona tiene su propia Estrella Polar, su eje interior, su dharma,
que es la conformidad a su naturaleza esencial, y a cuya consecución
se destina la enseñanza iniciática y metafísica, sustentada en el
estudio y vivencia de los símbolos de la Cosmogonía Perenne, que
articulan todo el proceso de Conocimiento.
Ese
lento desplazamiento del eje precesional es el que va determinando el
cambio de Era zodiacal, que como sabemos se produce cada 2.160 años.
Según los datos de la Ciclología tradicional las “estrellas
polares” más importantes –y que son nombradas por numerosas
tradiciones– son seis y pertenecen también a las seis
constelaciones circumpolares (Osa Menor, Dragón, Hércules, Lira,
Cisne y Cefeo), separadas por 60º aproximadamente, abarcando cada
una de ellas un ciclo de 4.320 años, esto es, dos eras zodiacales
(2.160 x 2).
Existe
aquí una concordancia conscientemente buscada para hacer coincidir
los números cíclicos fundamentales derivados de la Precesión de
los Equinoccios con cada una de las Estrellas polares más
importantes en los diversos períodos cíclicos.
Tengamos
que en cuenta que el número 4.320 es un submúltiplo de los 25.920
años de la Precesión de los Equinoccios, y que esto surge
precisamente de multiplicarlo por 6 (4.320 x 6 = 25.920). Pero esa
concordancia no podría haber sido posible si previamente no hubiera
estado señalada ya por las “distancias” o “medidas” entre
esas estrellas polares. Es decir que ya preexistía un orden natural
que propiciaba dicha concordancia.
Hace
4.320 años la estrella polar era Thuban
situada en la constelación del Dragón. Es la época de construcción
de las pirámides de Egipto, y en concreto las tres de Guiza (Keops,
Kefrén y Micerinos) estaban orientadas a esta Polar, la que los
antiguos chinos denominaban el “Gran Gobernante Imperial del
Cielo”. En Mesopotamia llevaba el nombre de Nibiru, con el que
estaba vinculado el dios Marduk, el cual tenía como símbolo
precisamente a una serpiente-dragón.
No
podemos extendernos obviamente en todo esto, pero sí decir que era
esta la estrella que comenzaba a reinar en el polo celeste cuando la
humanidad entró en el Kali-Yuga, la última edad del Manvántara.
Hace
8.640 años la estrella polar estaba en la constelación de Hércules.
Hace 12.960 esta no era otra que la ya mencionada Vega, en la
constelación de Lyra. Otros 17.260 años atrás, brillaba la
estrella de Deneb de la constelación del Cisne. Hace 21.600 años,
se encontraba sobre el polo la estrella Alfirk de la constelación de
Cefeo. Y exactamente hace 25.920 años, y tras un giro completo de la
precesión equinoccial, la estrella polar era la que actualmente está
sobre nuestras cabezas.
Naturalmente
han existido otras estrellas polares que podríamos considerar como
secundarias o de transición entre las seis más importantes,
“transición” que también está relacionada con el paso de un
ciclo a otro, con sus correspondientes expresiones en la historia de
la humanidad. Pero esto es un tema que desde luego no podemos
desarrollar en este momento, tan sólo mencionarlo como un dato más
que hay que tener en cuenta para ubicarnos en este complejo sistema
de relaciones entre los ciclos cósmicos y los ciclos históricos.
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