Las
culturas olmeca, teotihuacana y tolteca poseyeron una religiosidad
cuyos elementos rituales y artísticos impusieron una visión del
mundo común a casi toda la Mesoamérica precolombina.
En
lengua náhuatl, olmeca significa "habitante del país del
caucho", porque su origen se encuentra en las regiones mexicanas
de Tabasco y Veracruz, en una gran llanura que cruzan caudalosos
ríos. La cultura olmeca se desarrolló entre 1200 a.C. y 400 d.C., y
resulta difícil obtener muchos datos sobre ella. Muchos detalles nos
han llegado a través de los mayas, sobre los que ejercieron una gran
influencia.
Uno
de los pocos complejos arqueológicos que nos dan bastante
información sobre los olmecas es el enclave de La Venta, al sur de
Veracruz, que incluye la más importante pirámide de esta cultura
que se conserva, además de los mosaicos con cabezas de jaguar y las
enigmáticas esculturas. Además de las de La Venta, en otros
enclaves se han encontrado cabezas gigantes coronadas con extraños
cascos, que probablemente representaban a dioses, aunque es difícil
decirlo con seguridad.
Las
estelas halladas en Tres Zapotes entroncan el rito calendárico
olmeca con el maya, ya que sus jeroglíficos incluyen la fecha más
antigua que existe en los calendarios mesoamericanos. También son
destacables los altares en forma de boca de jaguar y los sostenidos
por atlantes, detalle mitológico que la cultura teotihuacana
reprodujo algún tiempo después.
Se
antoja evidente que la divinidad principal de los olmecas debía ser
representada por un jaguar, animal muy común en casi todos los
panteones precolombinos. Aparte de los altares, la figura de este
felino aparece en los sarcófagos, las máscaras y las esculturas
gigantes. Una de las piezas conservadas parece representar a un
jaguar copulando con una mujer, lo que tal vez sea un mito
explicativo de la naturaleza antropomorfa del dios jaguar.
Otros
animales (serpientes, águilas) también están presentes en el arte
olmeca, lo cual sugiere que el elemento antropomorfo de sus dioses
fue un precedente adaptado posteriormente por teotihuacanos, mayas y
aztecas. No en vano, varios estudiosos han denominado a la olmeca la
cultura madre de Mesoamérica.
Teotihuacán:
la morada de los dioses.
En
náhuatl la palabra Teotihuacán significa literalmente "Casa de
los dioses", aunque en la actualidad se la conoce como la ciudad
de las pirámides y es uno de los enclaves arqueológicos más
visitados de Centroamérica.
Era
una ciudad-estado de gran prosperidad y cargada de elementos míticos;
como muchos rincones de la ciudad, la pirámide del Sol está
construida teniendo en cuenta detalles astronómicos y mágicos.
Recientemente se ha descubierto debajo de su base una cueva
antiquísima que era lugar de peregrinación y contiene varias
tumbas. No por casualidad se construyó la ciudad posterior sobre
este santuario.
En
México siempre se han venerado las cuevas como lugares sagrados, en
ellos se establecía un punto de encuentro entre lo terreno y lo
sobrenatural. Algunos antropólogos relacionan estos lugares con la
figura materna, según un texto contenido en códices náhuatl, la
Luna nació en la cueva de Teotihuacán.
Los
constructores de Teotihuacán se plantearon su diseño como una
imagen del cosmos, de igual modo que los aztecas consideraban
Tenochtitlán el centro del universo.
Las
pirámides estaban comunicadas por una avenida principal, llamada la
calle de los Muertos.
La
disposición de la pirámide del Sol es cuando menos curiosa, está
erigida en un punto que guarda una perfecta armonía con los
movimientos celestes, y en algunos de sus rincones sagrados se podía
observar con exactitud la puesta de sol o los movimientos de las
Pléyades.
El
carácter de eje del mundo no es la única aportación teotihuacana a
las culturas posteriores, también lo es su reorganización del
panteón mesoamericano y la importancia del juego de pelota, así
como las estatuas de Quetzalcóatl, divinidad estrella de los mayas y
aztecas y que, era el centro de la leyenda tolteca.
Los
toltecas: la leyenda del hombre-dios.
Tras
la decadencia de Teotihuacán, varias poblaciones se unieron para
crear la gran Tula o Tollán, otra ciudad-estado de los refinados
toltecas: un pueblo que, según la leyenda, vivió feliz durante un
tiempo en Tollán, gobernado por Quetzalcóatl. Este personaje era el
héroe y no debe confundirse con el dios, más bien era su
representante o personificación.
Quetzalcóatl
-la serpiente emplumada- dictaba las leyes y edificó una pirámide y
cuatro templos que señalaban a los cuatro puntos cardinales. También
instauró las autoinmolaciones, aunque no permitía los sacrificios
humanos. El equilibrio tolteca fue roto, siempre según las leyendas
conservadas en varios códices, por la aparición del malvado
Tezcatlipoca, que pretendía introducir en el reino tolteca los
sacrificios humanos que la serpiente emplumada no permitía.
Tezcatlipoca causó con sus malas artes la ruina del soberano, que
tuvo que huir de Tollán, aunque otras versiones dicen que se
autoinmoló quemándose. La leyenda también afirma que tal vez un
día la serpiente emplumada vuelva y restaure su reino.
La
identificación hombre-dios de Quetzalcóatl es una característica
básica de la cultura tolteca, pero ejerció gran influencia en la
civilización azteca. En esta figura se aúnan el poder cosmogónico
y creador del dios con el poder político y de liderazgo del
soberano.
El
arquetipo de la serpiente emplumada ha llegado hasta nosotros como
algo inmutable dentro del cambiante mundo de las religiones
mesoamericanas.
Extracto: “Historia de las Religiones del Mundo”.
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