Evolución
y Azar son conceptos virtualmente sinónimos, y quizá LeGros Clark
(igual que otros) había comenzado a darse cuenta de que la
convergencia favorecía el desarrollo por ley y no por azar.
Está
muy claro que esta convicción impulsó a Leo Berg a escribir su
estudio clásico sobre la convergencia y a darle un título más
preciso: “Nomogénesis: Evolución determinada por ley”.
Naturalmente,
la idea de que pudiera haber alguna ley gobernando el desarrollo de
las formas vivas a través de las edades no debería generar más
temor que el concepto de ley en física. Pero los acontecimientos
físicos del pasado no han evidenciado ningún progreso de simple a
complejo, de inferior a superior, de mayor dependencia del medio
ambiente a una menor dependencia del mismo, de carencia de un
propósito consciente a un grado muy elevado de propósito, etc., al
modo de los seres vivientes.
En
este sentido hay una dirección del desarrollo de la vida que no es
evidente en el mero orden físico. Y la idea de “dirección” en
conformidad a una “ley”, y en una magnitud significativa en
contra de la regla por otra parte universal de “degeneración”
(entropía) suscita inevitablemente el espectro del propósito. Y un
propósito implica a Alguien que lo tiene. Aquí es donde está el
quid de la cuestión.
Berg
vio que la convergencia era tan predominante que pudo escribir sin
vacilación alguna:
«La
convergencia, y no la divergencia, es la regla, no la excepción.
Esto parece ser predominante, tanto entre las plantas como entre los
animales, presentes, recientes y extintos.»
Y
en la última reimpresión de su obra le encontramos diciendo:
«A
partir de los ejemplos expuestos en esta sección, es evidente que la
convergencia afecta a los órganos más importantes y fundamentales
para la existencia, y no meramente a los rasgos externos».
«A
partir de los numerosos ejemplos que se han ofrecido en este
capítulo, y su número se podría multiplicar fácilmente, hemos
demostrado que la convergencia afecta a los órganos más
fundamentales en los animales y en las plantas, que el fenómeno está
ampliamente difundido, y que los puntos de semejanza que se han
atribuido a la descendencia común se deben con frecuencia a la
convergencia.»
Aunque
la convergencia es una doctrina demasiado peligrosa para que pueda
recibir demasiado énfasis, está sin embargo admitida con bastante
extensión. G. Simpson estuvo dispuesto a admitir:
“En
la convergencia se da la misma clase de desarrollo oportunista de un
estilo de vida por parte de grupos diferentes, tratándose en este
caso de grupos disimilares (o menos similares) en tipo adaptativo. La
tendencia hacia una mayor semejanza de adaptación involucra
características funcionales y estructurales convergentes. Los grupos
pueden estar casi relacionados o puede que estén relacionados solo
muy de lejos. Los insectos y las aves están tan distantemente
relacionados que apenas si puede seguirse ninguna homología
determinada entre sus partes, y sin embargo convergen a veces de
manera muy estrecha”.
Fuente:
La Convergencia y el origen del hombre por Arthur C. Custance.
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