Los
detalles dados por el Dios en beneficio e instrucción de los
mortales, presentan períodos de duración incalculable y una serie
de reinos y dinastías innumerables, que precedieron a la aparición
de Adami (la tierra–roja) sobre la Tierra.
Estos
períodos, como era de suponer, soliviantaron a los defensores de la
cronología de la letra muerta bíblica hasta el punto de ponerlos
casi furiosos, De Rougemont fue el primero en promover un
levantamiento contra el traductor. Le reprocha sacrificar
a Moisés ante autores anónimos.
Beroso,
dice él, por grandes que fueran sus errores cronológicos,
estaba, por lo menos, perfectamente de acuerdo con el profeta
respecto de los primeros hombres, puesto que habla de Alorus–Adam,
de Xisuthros–Noé y de Belos–Nimrod, etc. Por tanto, añade, la
obra debe ser apócrifa y digna de figurar con sus
contemporáneas: el Libro Cuarto de Esdras, el Libro de
Enoch, los Oráculos Sibilinos y el Libro de Hermes,
todos los cuales no se remontan más allá de dos o tres siglos antes
de Cristo.
Ewald
fue aún más duro con Chwolson, y finalmente, M. Renan, en la Revue
Germanique le dice que presente pruebas de que su Nabathean
Agriculture no fue la obra fraudulenta de algún judío del
tercer o cuarto siglo de nuestra Era. No puede ser de otro modo,
arguye el autor de la Vida de Jesús, pues en este infolio
sobre Astrología y hechicería reconocemos en los personajes
presentados Por Qû–tâmy a todos los Patriarcas de las leyendas
bíblicas, tales como Adam–Adami, Anouka,–Noé, y su
Ibraim–Abraham, etc. Pero esto no es una razón, puesto que Adán
y otros nombres son genéricos.
Con
todo, exponemos humildemente que considerado una obra apócrifa,
aunque sea del siglo III antes de Cristo, en lugar del siglo XIII
antes de Cristo, es bastante antigua para parecer genuina como
documento, y satisfacer las pretensiones del arqueólogo y del
crítico más exigentes. Pues admitiendo, en favor del argumento que
esta reliquia literaria haya sido compilada por algunos judíos del
III siglo de nuestra Era, ¿qué importa esto?.
Dejando
a un lado por un momento la credulidad de sus doctrinas, ¿por qué
razón ha de tener menos derecho a ser atendida o ha de ser menos
instructiva, en el sentido de que cualquier otra obra religiosa,
también compilación de antiguos
textos o
de tradiciones orales de la misma época o posterior?.
En
tal caso deberíamos rechazar y llamar “apócrifo”
al Corán, de tres siglos posterior, aunque sabemos que surgió
directamente del cerebro del profeta árabe; y tendríamos que
desdeñar todos los informes que podemos obtener del Talmud, el
cual, en su forma actual, fue también compilación de otros
materiales, y no es más antiguo que el siglo IX de nuestra Era.
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