Una
tablilla neobabilónica con escritura cuneiforme revela la existencia
de una conjunción de Júpiter y Saturno en la Constelación de
Piscis en el séptimo año antes de Cristo.
“Una estrella anunciaría el nacimiento de un rey. Vinieron unos magos de Oriente, siguiendo el camino de una estrella y adoraron al Niño Dios”.
La
estrella de Belén es el resultado de una conjunción planetaria, es
decir, dos planetas se aproximan mucho en sus órbitas y a ojos de
los humanos llegan a parecer un único planeta porque prácticamente
se superponen en sus órbitas.
Durante
los años 2 y 3 a.C. se registraron múltiples conjunciones
planetarias (Saturno con Mercurio, Saturno con Venus, Venus con
Júpiter, Venus con Mercurio). Son muchos los astrólogos que se
suman a esta creencia y hasta el propio Benedicto XVI escribió en su
libro “La infancia de Jesús” que fue una conjunción planetaria
la que llevó a los Reyes Magos hasta Belén.
Puede
ser interesante en este contexto, que el estudioso Friedrich
Wieseler, de Gotinga, haya encontrado al parecer en tablas
cronológicas chinas, que en el año 4 a.C., había aparecido y se
había visto durante mucho tiempo una estrella luminosa. (Gnilka, p.
44).
El
evangelista Mateo (2,2) pone en relación el evento de Belén con la
aparición de una estrella particularmente luminosa en el cielo de
Palestina. Y es precisamente en este momento en el que la tablilla de
arcilla ofrece un testimonio particular.
Existen
muchas hipótesis sobre la estrella que vieron los magos, "magoi"
en griego era la palabra con que se denominaba a la casta de
sacerdotes persas y babilonios que se dedicaban al estudio de la
astronomía y de la astrología, y que les llevó a afrontar un largo
viaje con el objetivo de rendir homenaje al recién nacido.
El
17 de Diciembre de 1.603, Johannes Kepler, astrónomo y matemático
de la corte del emperador Rodolfo II de Habsburgo, al observar con un
modesto telescopio desde el castillo de Praga el acercamiento de
Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis, se preguntó por
primera vez si el Evangelio no se refería precisamente a ese mismo
fenómeno. Hizo concienzudos cálculos hasta descubrir que una
conjunción de este tipo tuvo lugar en el año 7º a.C. Recordó
también que el famoso rabino y escritor Isaac Abravanel (1437-1508)
había hablado de un influjo extraordinario atribuido por los
astrólogos hebreos a aquel fenómeno: El Mesías tenía que aparecer
durante una conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de
Piscis.
Kepler
habló en sus libros de su descubrimiento, pero cayó en el olvido
perdido entre su inmenso legado astronómico. Faltaba una
demostración científica clara. Llegó en 1.925, cuando el erudito
alemán P. Schnabel descifró anotaciones neobabilonias de escritura
cuneiforme acuñadas en una tabla encontrada entre las ruinas de un
antiguo templo del dios sol, en la escuela de astrología de Sippar,
antigua ciudad que se encontraba en la confluencia del Tigris y el
Éufrates, a unos cien kilómetros al norte de Babilonia. La tablilla
se encuentra ahora en el Museo estatal de Berlín.
Entre
los numerosos datos de observación astronómica sobre los dos
planetas, Schnabel encuentra en la tabla un dato sorprendente, la
conjunción entre Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis
tiene lugar en el año 7º a.C., en tres ocasiones, durante pocos
meses: del 29 de Mayo al 8 de Junio; del 26 de Septiembre al 6 de
Octubre y del 5 al 15 de Diciembre. Además, según los cálculos
matemáticos, esta triple conjunción se vio con gran claridad en la
región del Mediterráneo.
Si
este descubrimiento se identifica con la estrella de Navidad de la
que habla el Evangelio de Mateo, el significado astrológico de las
tres conjunciones hace sumamente verosímil la decisión de los Magos
de emprender un largo viaje para buscar al Mesías recién nacido.
Según
explica el prestigioso catedrático de fenomenología de la religión
de la Pontificia Universidad Gregoriana, Giovanni Magnani, autor del
libro “Jesús, constructor y maestro”, en la antigua astrología,
Júpiter era considerado como la estrella del Príncipe del Mundo y
la constelación de Piscis como el signo del final de los tiempos. El
planeta Saturno era considerado en Oriente como la estrella de
Palestina. Cuando Júpiter se encuentra con Saturno en la
constelación de Piscis, significa que el Señor del final de los
tiempos se aparecerá este año en Palestina.
La
triple conjunción de los dos planetas en la constelación de Piscis
explica también la aparición y la desaparición de la estrella,
dato confirmado por el Evangelio. La tercera conjunción de Júpiter
y Saturno, unidos como si se tratara de un gran astro, tuvo lugar del
5 al 15 de Diciembre. En el crepúsculo, la intensa luz podía verse
al mirar hacia el Sur, de modo que los Magos de Oriente, al caminar
de Jerusalén a Belén, la tenían en frente. La estrella parecía
moverse, como explica el Evangelio, “delante de ellos” (Mateo 2,
9).
Es
importante a este respecto que el planeta Júpiter representaba al
principal dios babilónico Marduk. Ferrari d’Occhieppo lo resume
así: «Júpiter, la estrella de la más alta divinidad de Babilonia,
compareció en su apogeo en el momento de su aparición vespertina
junto a Saturno, el representante cósmico del pueblo de los judíos».
Los astrónomos de Babilonia, podían deducir de este encuentro de
planetas un evento de importancia universal, el nacimiento en el país
de Judá de un soberano que traería la salvación.
La
gran conjunción de Júpiter y Saturno en el signo de Piscis en los
años 7-6 a.C. parece ser un hecho constatado. Los pormenores de cómo
aquellos hombres habían llegado a la certeza que los hizo partir y
llevarlos finalmente a Jerusalén y a Belén, es una cuestión que
debemos dejar abierta.
Que
los Magos fueran en busca del rey de los judíos guiados por la
estrella y representen el movimiento de los pueblos hacia Cristo
significa implícitamente que el cosmos habla de Cristo, aunque su
lenguaje no sea totalmente descifrable para el hombre en sus
condiciones reales, suscita la intuición del Creador y también la
expectativa, más aún, la esperanza de que un día este Dios se
manifestará. Y hace tomar conciencia al mismo tiempo de que el
hombre puede y debe salir a su encuentro. Pero el conocimiento que
brota de la creación y se concretiza en las religiones también
puede perder la orientación correcta, de modo que ya no impulsa al
hombre a moverse para ir más allá de sí mismo, sino que lo induce
a instalarse en sistemas con los que piensa poder afrontar las
fuerzas ocultas del mundo.
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