Los
Evangelios enmarcan el nacimiento de Jesús en tiempos del censo
ordenado por César Augusto cuando Cirino era gobernador de Siria, y
en los últimos años del rey Herodes el Grande, quien murió
asesinado por su hijo Herodes Antipas en el cuarto año antes de
Cristo. Así es que algunos historiadores creyeron que Jesús nació
antes del año cero.
«En
aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando
hacer un censo del mundo entero». Lucas el evangelista introduce con
estas palabras su relato sobre el nacimiento de Jesús. Para Lucas es
importante el contexto histórico universal.
Por
primera vez se empadrona “al mundo entero”, hay un gobierno y un
reino que abarca todo el orbe. Y por primera vez hay una gran área
pacificada, donde se registran los bienes de todos y se ponen al
servicio de la comunidad. Sólo en este momento, en el que se da una
comunión de derechos y bienes a gran escala, y hay una lengua
universal que permite a una comunidad cultural entenderse en el modo
de pensar y actuar. Puede entrar en el mundo un mensaje universal de
salvación, un portador universal de salvación es en efecto la
plenitud de los tiempos.
Resulta
claro que Augusto no solamente era visto como político, sino como
una figura teológica, aunque se ha de tener en cuenta que en el
mundo antiguo no existía la separación que nosotros hacemos entre
política y religión, entre política y teología. Ya en el año 27
a.C., tres años después de su toma de posesión, el senado romano
le otorgó el título de Augustus (en griego Sebastos), «el
adorable». En la inscripción de Priene se le llama Salvador
(sōtēr). Este título, que en la literatura se atribuía a Zeus,
pero también a Epicuro y a Esculapio, en la traducción griega del
Antiguo Testamento está reservado exclusivamente a Dios.
También
para Augusto tiene una connotación divina, el emperador ha suscitado
un cambio radical del mundo, ha introducido un nuevo tiempo. El
“salvador” ha llevado al mundo sobre todo la paz. Él mismo ha
hecho representar esta misión suya de portador de paz de manera
monumental y para todos los tiempos en el Ara Pacis Augusti. En los
restos que se han conservado se manifiesta claramente como la paz
universal que él aseguraba por cierto tiempo, permitía a la gente
dar un profundo suspiro de alivio y esperanza.
Y
llegamos de nuevo al empadronamiento de todos los habitantes del
reino, que pone en relación el nacimiento de Jesús de Nazaret con
el emperador Augusto. Sobre esta recaudación de los impuestos (el
censo), hay una gran discusión entre los eruditos, pero es bastante
fácil aclarar un primer problema: el censo tiene lugar en los
tiempos del rey Herodes el Grande que, sin embargo, ya había muerto
en el año 4 a.C.
Según
Flavio Josefo, al que debemos sobre todo nuestros conocimientos de la
historia judía en los tiempos de Jesús, el censo tuvo lugar el año
6 después de Cristo, bajo el gobernador Cirino, hay indicios según
los cuales, Cirino había intervenido en Siria también en torno al
año 9 a.C. por encargo del emperador. Así resultan ciertamente
convincentes las indicaciones de diversos estudiosos, como Alois
Stöger, en el sentido de que, en las circunstancias de entonces, el
“censo” se desarrollaba a duras penas y se prolongaba por algunos
años. Por lo demás, se llevaba a cabo en dos etapas: primero se
procedía a registrar toda propiedad de tierras e inmuebles, y luego
en una segunda etapa, con la determinación de los impuestos que
efectivamente se debían pagar. La primera etapa tuvo lugar por tanto
en el tiempo del nacimiento de Jesús; la segunda, mucho más
lacerante para el pueblo, suscitó la insurrección. (Stöger, p.
373s).
En
referencia al emperador Augusto, el evangelista Lucas ha trazado un
cuadro histórico y teológico donde Jesús ha nacido en una época
que se puede determinar con precisión.
Al
comienzo de la actividad pública de Jesús, Lucas ofrece una vez más
una datación detallada y cuidadosa de aquel momento histórico. Es
el decimoquinto año del imperio de Tiberio. Se menciona además al
gobernador romano de aquel año y a los tetrarcas de Galilea, Iturea
y Traconítide, así como también al de Abilene, y luego a los jefes
de los sacerdotes (Lc 3,1s).
El
decreto de Augusto para registrar fiscalmente a todos los ciudadanos
de la ecúmene lleva a José, junto con María, a Belén, a la ciudad
de David, y sirve así para que se cumpla la promesa del profeta
Miqueas, según la cual el Pastor de Israel habría de nacer en
aquella ciudad (5, 1-3). Sin saberlo, el emperador contribuye al
cumplimiento de la promesa, la historia del Imperio romano y la
historia de la salvación iniciadas por Dios con Israel, se
compenetran recíprocamente. La historia de la elección de Dios,
limitada hasta entonces a Israel, entra en toda la amplitud del mundo
de la historia universal. Dios, que es el Dios de Israel y de todos
los pueblos, se demuestra como el verdadero guía de toda la
historia.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario