En
la Biblioteca Nacional Española (BNE) se encuentran una serie de
piezas, entre ellas el Auto de los Reyes Magos, códices medievales o
renacentistas, que ayudan a entender los orígenes de la leyenda de
los Reyes Magos, que se fue creando a lo largo de la Edad Media.
Es
innegable la relación que existe entre sus majestades y la
astrología ya que, dejando las teorías sobre la estrella de Belén
aparte, en el Auto de los Reyes Magos -el texto teatral más antiguo
conservado en lengua castellana del siglo XVIII- aparecen Melchor,
Gaspar y Baltasar, pero no aparecen bajo el título de Reyes Magos,
sino de “stelleros”, es decir, astrólogos.
También
Benedicto XVI escribió en su libro:
“Varios
factores podían haber concurrido a que se pudiera percibir en el
lenguaje de la estrella un mensaje de esperanza. Pero todo ello era
capaz de poner en camino sólo a quien era hombre de una cierta
inquietud interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera
estrella de la salvación. Los hombres de los que habla Mateo no eran
únicamente astrónomos. Eran sabios, representaban el dinamismo
inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas; un
dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero
Dios, y por tanto filosofía en el sentido originario de la palabra”.
“La
sabiduría sanea así también el mensaje de la ciencia, la
racionalidad de este mensaje no se contentaba con el mero saber, sino
que trataba de comprender la totalidad, llevando así a la razón
hasta sus más elevadas posibilidades”.
“Así
como la tradición de la Iglesia ha leído con toda naturalidad el
relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaias (1,3) y de este
modo llegaron al pesebre el buey y el asno, así también ha leído
la historia de los Magos a la luz del Salmo 72,10 e Isaías 60. De
esta manera, los hombres sabios de Oriente se han convertido en
reyes, y con ellos han entrado en la gruta los camellos y los
dromedarios.
La
promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos
hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tartesos en España*)”.
(*)
El antiguo reino de Tartesos, ubicado en la zona occidental de
Andalucía-España, desapareció en el siglo VI a.C., es
prácticamente imposible que 600 años antes del nacimiento del niño
Jesús, desde Tartesos hubieran llegado a Belén unos magos guiados
por la estrella.
Es
lamentable que esta frase del Papa Benedicto, sacada de contexto,
haya ocasionado tanta confusión, errores de interpretación y
tergiversación histórica.
Y
el texto sigue: “La tradición ha desarrollado ulteriormente este
anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos,
interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces
conocidos: África, Europa y Asia.
Más
tarde se ha relacionado a los tres reyes con las tres edades de la
vida del hombre: la juventud, la edad madura y la vejez. También
ésta es una idea razonable, que hace ver cómo las diferentes formas
de la vida humana encuentran su respectivo significado y su unidad
interior en la comunión con Jesús.
Queda
la idea decisiva: los sabios de Oriente son un inicio, representan a
la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una
procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a
las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo”.
En
Petrus Comestor, encontramos por primera vez los pretendidos nombres
hebreos y griegos de los reyes magos, unidos muy pronto a los nombres
latinos, que son los nombres tradicionales: “Nomina trium magorum
haec sunt: hebraice Appeüus, Amerus, Damascus; graece Galgalath,
Magalath, Sarachim”. El cod. Paris. Lat. 5100 añade, al margen
solamente: Latine Gaspar, Balthasar, Melchior”.
Si
nos ceñimos a la literatura española, encontramos los nombres de
los tres reyes magos en el Poema de Mío Cid: “Tres reyes de Arabia
te vinieron adorar, Melchior e Gaspar e Baltasar”.
Como
advirtió Menéndez Pidal, «si los nombres de los reyes magos no son
una interpolación posterior al original del Cantar, éste nos
ofrecería una de las primeras menciones de ellos en la poesía
europea. Esos nombres sólo se generalizan a fines del siglo XII, por
medio de una interpolación hecha en la Historia escolástica, de
Pedro Comestor, obra escrita hacia 1.178. La forma Caspar es la que
se halla en el Auto de los Magos, poco anterior al cantar y en el
Hortus delíciarum, de la abadesa alsaciana, Herarda de Landsberg,
muerta en 1.195. Alguna forma con G- inicial (Gathaspa, etc.) se
halla en textos muy antiguos».
Es
muy fácil pensar en la evidente posibilidad de fechar el Poema de
Mío Cid, si realmente esos dos versos citados no eran una
interpolación posterior y si los nombres de los reyes magos en la
forma actual, que es la del Cantar, eran desconocidos en el Oeste de
la Cristiandad hasta muy avanzado el siglo XII.
Con
el supuesto descubrimiento de los restos mortales de los tres reyes
magos en Milán el año 1.158, y su traslado a Colonia en 1.164, se
difundió por Europa la forma más conocida de los nombres.
La
Patrología Griega de Migne recoge un Opus imperfectum in Matthaeum,
de un anónimo que puede ser del siglo VI. En esta obra encontramos
un extracto de una obra, posiblemente etíope, conocida con el título
Libro del Comandamento o Libro de Seth, y también Testamento de
Adán.
He
aquí lo que el autor del Opus imperfectum nos ha conservado acerca
de la leyenda de los Reyes Magos: «Liber apocryphus, nomine Seth.
Mons. Victorialis: He oído hablar a algunas personas de una
escritura que, aunque no muy cierta no es contraria a la ley y se
escucha más bien con agrado. Leemos en ella que existía un pueblo
en el más extremo Oriente, a orillas del Océano, que poseía un
libro atribuido a Set. En él se hablaba de la aparición futura de
una estrella y de los presentes que por medio de ella se habían de
llevar; esa predicción se suponía transmitida de padres a hijos, a
través de las generaciones de hombres sabios. Eligieron entre ellos
a doce de los más sabios y más aficionados a los misterios de los
cielos y se dispusieron a esperar esta estrella. Si moría alguno de
ellos, su hijo o el pariente más próximo que esperaba lo mismo, era
elegido para remplazarlo.
Los
llamaban, en su lengua, Magos, porque glorificaban a Dios en el
silencio y en voz baja. Todos los años, después de la recolección,
estos hombres subían a un monte, llamado en su lengua Monte de la
Victoria, donde había una caverna abierta en la roca sumamente
agradable, por los riachuelos y los árboles que la rodeaban,
emprendieron el camino de Judea. La estrella les precedía en su
caminar y no les faltó ni el pan ni el agua en sus alforjas. Lo que
hicieron después, nos lo ha conservado en forma resumida el
Evangelio».
Desde
mucho antes del nacimiento de Cristo, varias generaciones de sabios
escrutaron el horizonte para verificar la profecía: “una estrella
anunciaría el nacimiento de un rey”. Tales observaciones se
efectuaban desde una alta montaña que la tradición conoce como Vaus
o Victoriales, en el confín occidental de la India. Probablemente se
trata del monte Zard Küh, 4.548 m. en Irán, la cumbre más alta de
los Montes Zagros.
El
hecho es que en esta cumbre habrían confluido tres reyes, o tres
magos de estirpe real. Uno, Teokeno, luego llamado Melchor, vivía en
Media, la tierra de los medos, a orillas del Caspio, quizás al sur
del actual Turkmenistán. El segundo, Mensor, luego llamado Gaspar,
de estirpe caldea, gobernaba las islas del Éufrates, tal vez en la
actual frontera entre Irán e Irak. El tercero, Sair, luego llamado
Baltasar, venía aún más del sur, quizá de lo que hoy es Kuwait,
al sur del lago de Basora.
A
Melchor se le supone un origen indio; a Gaspar, persa; a Baltasar,
árabe. Hay que decir que esos nombres no son los únicos que se ha
atribuido a los magos en la literatura del cristianismo temprano, en
griego se llamaron Apelikón, Amerín y Damascón, y en hebreo
Magalath, Serakín y Galgalath.
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