El
calendario juliano o romano.
En
Roma, Numa Pompilio, segundo rey que tuvo aquella ciudad en el año
700 a.C., ya se empleaba un calendario basado en un año de
trescientos cincuenta y cinco días dividido en doce meses. Este
calendario permaneció así hasta el 45 a.C. en que Julio César
estableció el llamado calendario juliano, así llamado en su honor.
Se añadieron entonces diez días para completar los 365 días reales
que tarda la tierra en girar alrededor del sol.
Los
primeros calendarios solares romanos sólo tenían 304 días
repartidos en diez meses: cuatro de 31 días y seis de 30. En el 500
a.C. fue preciso añadir al calendario tres meses cada ocho años
para ajustarlo a los ciclos lunares y solares.
Los
errores eran debidos a manipulaciones intencionadas de los políticos
y sumos sacerdotes romanos que desajustaban el calendario para
prolongar sus mandatos; por razones de este tipo decidió Julio César
establecer un calendario definitivo asignando treinta y un días a
los meses con importancia religiosa especial, y treinta a los de
menos importancia.
Con
ese fin se encargó al astrónomo Sosígenes de Alejandría, en el 46
a.C., el diseño de un calendario de trescientos sesenta y cinco
días, y cuando lo concluyó se apercibió de que el calendario tenía
un desfase de cinco horas, cuarenta y ocho minutos y cuarenta y seis
segundos en relación con el ciclo solar real. Para compensarlo se
inventó entonces el año bisiesto, que añadía un día cada cuatro
años.
Por
entonces los meses de enero, marzo, mayo, septiembre y noviembre
tenían treinta y un días y los demás, incluido febrero, uno menos.
Por alguna razón César consideró que su mes (julio), debería
tener treinta y un días, como así se hizo.
Tras
el acceso de Augusto al poder, este emperador pensó que no estaba
bien que su mes (agosto), tuviera un día menos que el de César
(julio), por lo que se quitó un día a febrero que quedó en
veintinueve.
Como
no era posible tener tres meses seguidos con treinta y un días, se
corrigió de nuevo el calendario quedando septiembre y noviembre con
treinta días, y a octubre y diciembre se les asignó treinta y uno.
Como la cuenta no resultaba, se le quitó de nuevo un día al mes de
febrero, que recuperaba sólo cada cuatro años, en los bisiestos.
El
calendario gregoriano.
Los
primeros almanaques o registros astronómicos del tiempo los hizo
Tolomeo de Alejandría en el siglo II.
A
pesar de los continuos reajustes el calendario romano seguía
teniendo un ligero margen de desfase con el ciclo solar. Tras muchos
debates y algún concilio eclesiástico el papa Gregorio XIII ordenó
su revisión en 1.582. Se descontaron diez días al citado año y se
pasó del 4 al 15 octubre en un solo día, medida que ponía fin al
calendario juliano o de Julio César, y daba comienzo al calendario
gregoriano.
Como
había sido iniciativa unilateral de la Iglesia católica muchos
países protestantes y ortodoxos se negaron a aceptar las reformas.
Así, Inglaterra, siempre nota discordante, no aceptó el cambio
hasta 1.752, en que añadió once días, no sin grandes protestas
callejeras y sin que el pueblo pusiera el grito en el cielo. En este
mismo país el año legal comenzaba el 25 de marzo, hasta que en
1.750 pasó al 1 de enero.
Rusia
fue aún más reacia y no cambió su calendario hasta 1.917,
iniciativa que tomó la revolución bolchevique. También implantaron
en 1.929 la semana de cinco días, pero fracasaron ante la
indiferencia del pueblo. Otros países y pueblos, como los
tailandeses, no adoptaron el calendario gregoriano hasta el año
1.940.
El
calendario gregoriano es casi perfecto, decimos casi porque tampoco
pudo lograr que los meses fueran regulares ni que los trimestres
tuvieran el mismo número de días, lo que empezaba a ser un
inconveniente en el mundo económico y laboral.
Según
el calendario gregoriano cada año se produce un error cronológico
de veintiséis segundos, que sumarán un día completo en el año
3.323. Hay tiempo para pensar en alguna solución.
Resulta
anecdótico y curioso que en el calendario gregoriano los siglos sólo
puedan comenzar en lunes, martes, jueves o domingo, nunca en
miércoles, viernes o sábado, y que los años ordinarios empiecen y
acaben el mismo día de la semana.
Parece
que el calendario más perfecto de todos los tiempos fue el
calendario maya. Cuando los españoles llegaron a América pudieron
darse cuenta que los mayas habían elaborado un almanaque perfecto ya
en el siglo VI a.C., es el que más se acerca a la realidad
astronómica.
Hubo
intentos sonados de cambiar el rumbo del calendario, de crear
almanaques nuevos.
El
más ridículo fue el calendario republicano francés propuesto por
Gilbert Romme y modificado por Philippe- François-Nazaire Fabre
d’Eglantine, proyecto que comenzó a regir el 22 de septiembre de
1.792 y estuvo en vigor hasta el 1 de enero de 1.806: en este
almanaque el año comenzaba el 22 de septiembre, fecha de la
proclamación de la República, y se dio a los meses nombres tomados
del cambio de estaciones y del desarrollo de la vegetación.
- Brumario: que oscurece el cielo
- Frimario: que cubre las montañas de nieve
- Nivoso: que lleva la nieve a los valles
- Pluvioso: mes de las lluvias
- Ventoso: mes del viento
- Germinal: que hace brotar las plantas
- Pradial: mes de la siega de los prados
- Mesidor: mes de la cosecha de trigo
- Thermidor: mes que calienta los campos
- Fructidor: mes en que madura la fruta.
Además,
suprimió la semana de siete días y estableció las décadas. Era
tan arbitrario y absurdo que nadie parece que se lo tomara en serio.
También
los alemanes pretendieron en 1.934 alterar el nombre de los meses y
reponer los antiguos nombres del calendario gótico.
Un
editor de Berlín lanzó el almanaque, pero dio a los meses los
nombres de los líderes más importantes del partido en el poder, el
nazional socialismo, por lo que el año empezaba con el uno de
Hitler, uno de enero… ¡Menuda forma de empezar el año!
Hay
que tener presente que en la medición del tiempo todo ha sido
arbitrario menos el hecho de que la Tierra tarda 365 días en rotar
alrededor del Sol; que los meses dependen de las fases de la Luna, y
que el día es el tiempo que el la Tierra emplea en dar la vuelta
sobre sí misma.
La
semana, por ejemplo, es un espacio de tiempo convencional que entre
los sumerios tenía seis días. Los antiguos griegos dividieron el
mes en tres semanas o décadas, es decir, semanas de diez días; y
ciertas tribus africanas tienen todavía semanas de cuatro días.
Nuestra
semana de siete días es de origen bíblico, y deriva del relato del
libro sagrado del Génesis, donde se dice que Dios creó el mundo en
seis días y en el séptimo descansó, dándose a entender que la
primera semana, en el amanecer de los tiempos, tuvo siete días.
La
discutida costumbre de adelantar el reloj en verano fue idea del
gobierno francés en 1.916. La mayoría de los países europeos
siguieron el ejemplo. En España se la llamó horario de verano
cuando se implantó este uso en 1.918, durante la noche del 15 al 16
de abril, cosa que fue celebrada en las calles.
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