Documentos
inéditos prueban que León salvó el arca santa de las reliquias. El
albacea de la Casa de los Tusinos posee manuscritos del origen de
Benllera y la batalla de Camposagrado.
León
salvó el arca santa de las reliquias, que contiene 85 objetos de
Jesucristo, la Virgen, los apóstoles, así como el célebre Santo
Sudario y que ahora custodia la Catedral de Oviedo.
El
leonés Esteban Álvarez Castañón, albacea de la Casa de los
Tusinos, entre la ingente cantidad de archivos de la noble familia
que están bajo su custodia, posee un manuscrito que atestigua cómo
el arca de las reliquias «fue escondida de los enemigos cristianos
en el mismo lugar en el que está hoy fundada nuestra santa casa de
Camposagrado», dice textualmente el documento.
La
historia, hasta ahora, estaba más fundamentada en leyendas que en
documentos. El manuscrito relata que en año 715, Urbano, arzobispo
de Toledo, se retiró a las Asturias y llevó consigo las sagradas
reliquias en compañía del infante don Pelayo para que no fueran
profanadas. Álvarez Castañón, con la ayuda profesional de la
historiadora María Teresa Díez, apenas ha podido desentrañar una
mínima parte de esta maraña de documentos que, curiosamente, se
utilizaron en el complejo pleito del marqués de Astorga, un litigio
descomunal a causa de determinados préstamos no devueltos que duró
más de tres siglos de 1500 a 1867.
En
el pleito, el marqués, para probar el origen de la Casa de los
Tusinos, aporta un manuscrito que refiere la batalla que ganó el
infante don Pelayo a los moros en Covadonga; y cómo después, en el
año 722, el mismo infante vence en la de Camposagrado al ejército
del caudillo Almanzor.
«Pelayo
sale al encuentro de las tropas moras después de tener una
revelación de la Virgen y del apóstol Santiago, que le prometen
ayuda en la batalla». En el lugar donde tuvo lugar la aparición se
erigió una ermita, en el paraje denominado La Llana, en Benllera,
donde hoy apenas quedan un montón de piedras.
Los
últimos Tusinos, como el propio Álvarez Castañón, siempre habían
oído en la familia leyendas de un arca que contenía el lignum
crucis (madera de la cruz), de la que ellos eran los guardianes.
El
arca de las reliquias, llamada también el Arca Santa, no fue
abierta, por miedo a una maldición, hasta el 13 de marzo del año
1075 en Oviedo, tras un azaroso viaje de cinco siglos.
En
el año 614, ante el avance de las tropas persas, los cristianos que
veneran en Jerusalén las reliquias de Cristo deciden ponerlas a
salvo. Las guardan en un arca de madera de cedro y las trasladan a
Egipto. El viaje recuerda mucho al que sigue el Santo Grial desde
Jerusalén a León y algunos personajes se cruzan en ambas historias.
Una vieja copla de los Tusinos dice: «...Y guardianes los nombró de
los tesoros del reino, tesoros de Dios. Y para el Sacro dieron de los
tesoros de Don Pelayo oro y piedras para hacer el arcón..».
Del
arca primitiva apenas quedan algunas tablas, que fueron recubiertas
de plata por orden de Doña Urraca, quien también mandó a los
orfebres decorar la Copa de Cristo que hoy guarda San Isidoro en una
sala acorazada.
Desde
Egipto el arca pasa a España a través de Cartagena. Tras un largo
periplo, San Isidoro, obispo de Sevilla, la traslada a Toledo cuando
es nombrado obispo de esa ciudad, donde permanece hasta el año 711,
cuando es ocultada en la cueva de Santo Toribio, en el monte
Monsacro. Curiosamente, Antonio Miranda, señor de Tusinos, fue cura
en este concejo asturiano de Morcín. La leyenda popular dice que la
riqueza de la familia provenía de un fabuloso tesoro que encontraron
en el monte.
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