17/2/16

TIEMPO SOLAR Y TIEMPO POLAR (II)

Las seis estrellas polares principales (la actual Polar, alfa Cefeo, Deneb,
Vega, Hércules y Thuban) con sus correspondientes constelaciones.

Se sabe desde hace ya unas décadas que el centro de la Vía Láctea es un “agujero negro” que, pese a la enorme distancia que hay entre éste y el sistema solar, sin embargo su campo gravitacional es tan poderoso que los efectos de esa alineación deben dejarse sentir en todo el planeta y a distintos niveles. Hemos de recordar y hacer hincapié en que, debido a las leyes de las analogías y las correspondencias todos los planos de la manifestación están interrelacionados entre sí. De esta manera, los desequilibrios en el mundo del hombre (que incluye a la Tierra y su medio natural) expresan otros de un orden más sutil, invisible, que afectan al Alma del Mundo, obra del Demiurgo, que siendo manifestada, es decir sometida a la dualidad, también “sufre” periódicamente desarreglos en el funcionamiento de su armonía, la cual debe ser nuevamente “ajustada”, es decir concordada como diría Platón, al Modelo Original, Arquetípico, gracias a las distintas manifestaciones “históricas” del Espíritu, lo que en la tradición hindú se denomina el “descenso” de los Avataras de Visnú, el dios conservador.

Vemos así que el “Batido del Océano de Leche” es una acción del Polo, y en algunos mitos de diversos pueblos se habla que de esa “agitación” en el mar primigenio van emanando todas las constelaciones, estrellas y cuerpos celestes que alumbran el mundo como brotando de ese centro, que es en realidad la morada del Dios creador.
En efecto, según el hinduismo el Polo es la morada de Visnú, el dios conservador del cosmos y al mismo tiempo el que da a este las leyes e ideas-fuerza arquetípicas que permitirán actualizarlo y ordenarlo, que es lo que indica precisamente el simbolismo de los “tres pasos” de Visnú, que son las “medidas” arquetípicas a través de las cuales los tres mundos se organizan.

Recordamos que René Guénon (en el cap. III de El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos) nos dice que la palabra mâtrâ, o mantrâ significa literalmente medida, pero añade que lo así “medido” son las posibilidades de manifestación inherentes al Espíritu, a Âtmâ.
Es interesante entonces señalar la relación que existe entre esas tres medidas trazadas por los pasos de Visnú, y el mantrâ AUM, compuesto también de tres letras. De este monosílabo sagrado se dice que contiene el sonido o Verbo primordial, que constituye la esencia del Veda, de la que deriva el Dharma, la Filosofía Perenne en su aplicación en el orden cósmico y humano. Por eso mismo existe la Tradición, palabra que contiene los conceptos de recibir y de transmitir la Sabiduría Perenne, y necesariamente en el orden humano esa Tradición se refleja en todas aquellas organizaciones iniciáticas y de verdadero Conocimiento que a lo largo de la Historia han sido las que han organizado la cultura y la civilización en cualquier lugar de la Tierra.
Precisamente el Polo es designado en sánscrito con el nombre de Dhruva, cuya raíz etimológica es la misma de Dharma, según nos recuerda René Guénon, quien en otro lugar (“Dharma”, en Estudios sobre el Hinduismo) nos dice a este propósito:
Se sabe que dharma es derivado de la raíz dhri, que significa portar, soportar, sostener, mantener; se trata pues propiamente de un principio de conservación de los seres, y por lo tanto de estabilidad, al menos mientras ésta es compatible con las condiciones de la manifestación, pues todas las aplicaciones del dharma se relacionan siempre con el mundo manifestado”.
Y añade que Dharma es una expresión de Atma, el Principio no manifestado e inmutable. El Dharma refleja entonces esa inmutabilidad, en el orden de la manifestación; no es "dinámico" sino en la medida en que manifestación implica necesariamente "devenir", pero es lo que hace que este "devenir" no sea puro cambio, y lo que mantiene siempre a través del cambio mismo cierta estabilidad relativa … efectivamente, es a la idea de "polo" o de "eje" del mundo manifestado a la que conviene referirse si se quiere comprender verdaderamente la noción del dharma: es lo que permanece invariable en el centro de las revoluciones de todas las cosas, y que regula el curso del cambio por cuanto no participa en él.
El Polo, siendo una imagen simbólica del Dharma lo “representa” en el orden sensible. Él nos está señalando, o mejor transmitiendo ya que se trata de un símbolo, la idea de que en el movimiento del devenir existe un lugar que no está sujeto a ese cambio, y no solo eso sino que mantiene siempre a través de dicho cambio una cierta estabilidad.

El dato astronómico nos dice que ese punto del cielo está ocupado por la Estrella Polar que es la prolongación celeste del polo terrestre. Sin embargo, como hemos visto, la Estrella Polar se va desplazando muy lentamente como consecuencia del movimiento precesional, y al cabo de unos miles de años, es otra la que ocupa su lugar. La Estrella Polar de cada momento cíclico puede ser distinta, pero la idea de Polo y por tanto de estabilidad permanece por encima de cualquier “movimiento” precesional.
En su obra Julio César, W. Shakespeare pone en boca del estadista romano:
Pero yo soy constante como la Estrella Polar que no tiene parangón en cuanto a estabilidad en el firmamento”.
Toda persona tiene su propia Estrella Polar, su eje interior, su dharma, que es la conformidad a su naturaleza esencial, y a cuya consecución se destina la enseñanza iniciática y metafísica, sustentada en el estudio y vivencia de los símbolos de la Cosmogonía Perenne, que articulan todo el proceso de Conocimiento. 

Ese lento desplazamiento del eje precesional es el que va determinando el cambio de Era zodiacal, que como sabemos se produce cada 2.160 años. Según los datos de la Ciclología tradicional las “estrellas polares” más importantes –y que son nombradas por numerosas tradiciones– son seis y pertenecen también a las seis constelaciones circumpolares (Osa Menor, Dragón, Hércules, Lira, Cisne y Cefeo), separadas por 60º aproximadamente, abarcando cada una de ellas un ciclo de 4.320 años, esto es, dos eras zodiacales (2.160 x 2).
Existe aquí una concordancia conscientemente buscada para hacer coincidir los números cíclicos fundamentales derivados de la Precesión de los Equinoccios con cada una de las Estrellas polares más importantes en los diversos períodos cíclicos.
Tengamos que en cuenta que el número 4.320 es un submúltiplo de los 25.920 años de la Precesión de los Equinoccios, y que esto surge precisamente de multiplicarlo por 6 (4.320 x 6 = 25.920). Pero esa concordancia no podría haber sido posible si previamente no hubiera estado señalada ya por las “distancias” o “medidas” entre esas estrellas polares. Es decir que ya preexistía un orden natural que propiciaba dicha concordancia.
Hace 4.320 años la estrella polar era Thuban situada en la constelación del Dragón. Es la época de construcción de las pirámides de Egipto, y en concreto las tres de Guiza (Keops, Kefrén y Micerinos) estaban orientadas a esta Polar, la que los antiguos chinos denominaban el “Gran Gobernante Imperial del Cielo”. En Mesopotamia llevaba el nombre de Nibiru, con el que estaba vinculado el dios Marduk, el cual tenía como símbolo precisamente a una serpiente-dragón.

No podemos extendernos obviamente en todo esto, pero sí decir que era esta la estrella que comenzaba a reinar en el polo celeste cuando la humanidad entró en el Kali-Yuga, la última edad del Manvántara.
Hace 8.640 años la estrella polar estaba en la constelación de Hércules. Hace 12.960 esta no era otra que la ya mencionada Vega, en la constelación de Lyra. Otros 17.260 años atrás, brillaba la estrella de Deneb de la constelación del Cisne. Hace 21.600 años, se encontraba sobre el polo la estrella Alfirk de la constelación de Cefeo. Y exactamente hace 25.920 años, y tras un giro completo de la precesión equinoccial, la estrella polar era la que actualmente está sobre nuestras cabezas.

Naturalmente han existido otras estrellas polares que podríamos considerar como secundarias o de transición entre las seis más importantes, “transición” que también está relacionada con el paso de un ciclo a otro, con sus correspondientes expresiones en la historia de la humanidad. Pero esto es un tema que desde luego no podemos desarrollar en este momento, tan sólo mencionarlo como un dato más que hay que tener en cuenta para ubicarnos en este complejo sistema de relaciones entre los ciclos cósmicos y los ciclos históricos.


13/2/16

TIEMPO SOLAR Y TIEMPO POLAR (I)

El eje terrestre respecto a las estrellas se mueve trazando un cono ideal en cada hemisferio de la cúpula celeste (movimiento doble cónico). Este fenómeno se debe a la atracción lunar y solar con su consecuente hinchamiento ecuatorial, que de hecho compensa el achatamiento polar.

Esto ocasiona, la variación de los polos Norte y Sur celestes (a lo largo del tiempo cambia la estrella polar) y un desplazamiento angular del eje terrestre en sentido contrario al del movimiento de rotación de la Tierra.
Como consecuencia, siendo el ecuador perpendicular al eje, se tiene una desviación en sentido horario de la línea que une los puntos de intersección entre el ecuador y la eclíptica, los equinoccios, llamada línea equinoccial.
Así pues, cada año el equinoccio se adelanta unos 21 minutos respecto a una vuelta completa de la órbita terrestre. Este movimiento se llama “precesión” y tiene un período de 26.000 años. Cabe señalar que después de 13.000 años (mitad del período) el equinoccio de primavera y el de otoño se invierten, como los dos solsticios, retomando después de otros 13.000 años la posición original. 

En relación a la doctrina de los ciclos cósmicos, hacemos referencia a las dos “medidas” de tiempo que a distintos niveles, influyen decisivamente en la vida de los hombres y de las civilizaciones, medidas que derivan de lo que podríamos llamar el “tiempo solar” y el “tiempo polar”, que desde luego tienen un sentido simbólico e iniciático además del astronómico, aunque ambos no se excluyen pues cualquier aspecto de la realidad tiene distintos niveles de lectura, todos los cuales están relacionados entre sí por rigurosas analogías y correspondencias.

Nos proponemos explicar a qué aluden y qué significan esas expresiones de “tiempo polar” y “tiempo solar”, relacionándolas sobre todo con el ciclo y sub-ciclos que se derivan de la Precesión de los Equinoccios, tema que está relacionado como sabemos con el simbolismo de las eras zodiacales y el vínculo que éstas tienen con lo que se ha dado en llamar el “polo de evolución de las civilizaciones”, estrechamente vinculado con el sentido de dirección del movimiento precesional. Pero de las "Eras Zodiacales" trataremos más detalladamente en el capítulo siguiente, donde destacaremos el carácter cíclico de la historia y la geografía vinculándolo con las leyes del cosmos y los principios de orden espiritual y metafísico que rigen la existencia del hombre y las civilizaciones.

La Precesión de los Equinoccios es una clave importante de la Cosmogonía Perenne, por lo que deberemos hablar nuevamente, y más en profundidad, de ella como parte constitutiva y principalísima del tema y porque las “medidas” temporales que se derivan de ella constituyen los números cíclicos por excelencia. Precisamente, la aparición de las civilizaciones y sus ciclos, así como sus desapariciones, están ligadas de manera intangible pero real a esta ley de la armonía cósmica que constituye en verdad el movimiento de la precesión equinoccial, cuyas pautas rítmicas encuadran el acontecer de la Historia Humana.
Así pues, aunque en la precesión de los equinoccios el Sol junto con la Tierra, naturalmente sigue siendo protagonista, sin embargo en ella interviene también la Estrella que un momento dado del ciclo de la precesión constituye el Polo de nuestro mundo. Se pasa así de un simbolismo estrictamente Solar a un simbolismo Polar donde las referencias y pautas temporales vienen dadas por las constelaciones polares, aunque siempre en correspondencia con las eras y ciclos zodiacales que el Sol va “actualizando” en su lento recorrido precesional, lo cual siendo un fenómeno astronómico también lo es simbólico, es decir tiene una lectura “otra”, relacionada con el proceso de Conocimiento.

"Para la tradición hindú, el kalpa es la medida o módulo de tiempo, equiparable en otro orden al módulo espacial del sistema solar. Este kalpa supone todo nuestro mundo, y es donde se da propiamente el estado humano –expresado en los distintos manvántaras por las formas correspondientes a las diferentes posiciones de los planetas y estrellas, y sus correlativas mudanzas en la fisonomía de la Tierra–, que es un estado del Ser universal, signado por el tiempo y el orden sucesivo, que caracterizan precisamente a nuestro mundo y su desarrollo."