29/1/18

CARTOGRAFÍA CIENTÍFICA (II)

                                  El coloso de Rodas


Durante el siglo III a.C. la ciudad de Alejandría se convirtió en el centro principal del conocimiento geográfico tras la fundación de la Biblioteca de mano de la escuela de geometría euclediana, que prosperó durante el reinado de Ptolomeo Filadelfo (285-246 a.C.), a su amparo Eratóstenes de Cirene (276-196 a.C.) escribió dos libros que resultaron fundamentales: “La medida de la Tierra”, donde explicó el método para calcular la circunferencia de la Tierra basado en la geometría de la esfera, y “Geografía”, donde expuso las instrucciones para construir el mapa de la ecúmene.

Eratóstenes realizó dos grandes contribuciones: la medición de la circunferencia de la tierra, que estableció en 250.000 estadios, y la construcción de mapas terrestres con paralelos y meridianos perpendiculares, estableciendo con ello dos conceptos que a la postre han resultado básicos en la cartografía: la fidelidad de posición y la fidelidad de eje.
Su red ortogonal de coordenadas confirió a los mapas un uso científico y práctico y permitió trasladar al mapa informaciones astronómicas y otras procedentes de viajes a partir de la determinación de puntos de control establecidos mediante cálculo astronómico.
Su trabajo tuvo importantes consecuencias tales como:
1) La posibilidad de conocer por métodos geométricos el tamaño de cada paralelo.
2) La posibilidad de convertir fácilmente en estadios las medidas realizadas por métodos gnomónicos y expresadas en fracciones de círculo a partir del conocimiento de la latitud, es decir establecer la longitud.
3) El conocimiento de la posición de la ecúmene en el globo y su tamaño.

En su libro Geografía, Eratóstenes localizó la ecúmene entre la mitad norte de la distancia entre el Ecuador y el trópico de verano (12ºN en el País de la Canela, Somalia) y el Círculo Polar Ártico (66ºN, en la isla de Tule) y calculó su longitud en el meridiano de Méroe-Alejandría-Rodas en 38.000 estadios (54º), y su ancho, en el paralelo de Atenas, entre promontorio Sagrado (cabo San Vicente) y el cabo de India, en 74.000 estadios, a los que añadió 2.000 más al este y al oeste, dando 78.000 estadios para hacerlo divisible por 6, lo que equivale a una longitud de 138º. Se le atribuye la construcción de la esfera armilar con la que determinó la oblicuidad de la eclíptica.

Sin embargo, el predominio geográfico de Alejandría comenzó a declinar tras la muerte de Ptolomeo III Evergetes (282-222 a.C.), cuando muchos sabios alejandrinos emigraron a Pérgamo, Rodas y Roma, donde, al amparo de Escipión Emiliano el Africano (185/4-129 a.C.), se aglutinó el conocido como “Círculo de los Escipiones”, integrado por un núcleo de autores griegos entre los que destacó Polibio de Megalópolis (210/200-127 a.C.), y que hicieron de Roma el centro del conocimiento geográfico. Polibio, más conocido por su “Historia”, no ejerció una gran influencia en el desarrollo de la Geografía, pero contribuyó a popularizar su conocimiento en Roma. Se le conocen algunas contribuciones como la medición de la distancia entre las Columnas y el Estrecho de Mesina en 18.700 estadios y otras medidas, y su crítica a Eratóstenes por dar crédito a Piteas y llevar el límite de la ecúmene hasta Tule, proponiendo como latitud extrema boreal la de Irlanda, en 54ºN, donde se observa el cielo con las estrellas visibles desde Rodas.

Hiparco de Nicea (190-126 a.C.), pasó la mayor parte de su vida en Rodas, donde realizó observaciones astronómicas entre 161 y 126 a.C. con las que elaboró un catálogo con la posición de 850 estrellas para situar latitudes, que utilizó Ptolomeo, y que le permitió comprobar la precisión de los equinoccios comparando sus datos con otros obtenidos en Alejandría y Babilonia, descubriendo así la precesión de los equinoccios. Contribuyó a establecer los fundamentos de una geografía positiva puramente astronómica. Estableció como método para conocer la diferencia de longitud en grados la diferencia horaria en la observación comparada de los eclipses, partiendo de que cada hora equinoccial equivale a 15º, y a determinar la diferencia de longitud a partir de la observación de un eclipse lunar simultáneamente desde distintos lugares para obtener exactamente las distancias entre ambos puntos. Ratificó la idea de Piteas de que el polo es un punto en el espacio y defendió que las constelaciones se identifican por una estrella.
Utilizando el método del arco de Eratóstenes definió la latitud de las estrellas como la distancia desde el polo, y la longitud como su posición tomada en relación a los signos del zodiaco, es decir, por el grado del signo zodiacal que está en el mismo círculo meridiano de la estrella, y que se define como longitud polar. Enumeró las principales estrellas situadas sobre 24 semicírculos meridianos construidos a partir de este principio, desde un polo al otro separados por una hora equinoccial, que equivale a 15º de longitud de 700 estadios, según la medición del ecuador de Eratóstenes, que hacen los 360º. Es muy probable que estos 24 semicírculos, junto con el correspondiente número de círculos paralelos, fueran dibujados por Hiparco sobre la esfera como una retícula. De este modo resultaba más fácil para el cartógrafo determinar la posición de las estrellas y para el observador astronómico encontrar la posición de cada una de ellas.
Así, con Hiparco, el globo celeste se convirtió en una herramienta científica que podía ser utilizada para calcular el tiempo durante la noche o para calcular la duración de un eclipse lunar. Su publicación de la predicción de eclipses lunares durante seis siglos, evidenciando su regularidad, contribuyó además a quitar el miedo ancestral sobre tales eventos. Elaboró un mapa de la ecúmene que abarcaba entre los 12º34´17´´N del país de Cinamon y los 66ºN de Tule (46.200 estadios), y entre los 44º40´31´´O de promontorio Sagrado y los 75º39´18´´E de la desembocadura del Ganges, sobre el meridiano de Alejandría (en total 120º19´49´´, 70.000 estadios). Corrigió el mapa de Eratóstenes y calculó el ecuador en 277.000 estadios.

Posidonio de Apamea (135-51/50 a.C.) construyó una esfera y un planetario al estilo del realizado por Arquímedes en Rodas, y dibujó un mapa. Su amplia producción aportó dos grandes pilares al conocimiento posterior de la tierra: el descubrimiento de la posición oblicua del eje de rotación respecto al plano de la eclíptica, que explica el cambio estacional, y el reconocimiento de la existencia de una zona de carácter no climática sino astronómica, basada en el uso del gnomón. Recalculó la longitud del ecuador en 180.000 estadios, menos de ¾ del cálculo de Eratóstenes, reduciendo así la distancia cortical de un grado en el ecuador de 700 a 500 estadios, y la longitud del paralelo de Rodas en 140.000 estadios, resultando un grado de 400 estadios. Introdujo así un notable error que sin embargo, fue asumido por Marino de Tiro y Ptolomeo y que se generalizó, a partir de este, durante el Renacimiento, conduciendo a exagerar la porción de superficie ocupada por la ecúmene.

Entre mediados del siglo II a.C. y finales del siglo I d.C. la expansión territorial y comercial de Roma y las necesidades administrativas que ello conllevó, generaron una fuerte demanda de información geográfica. Inicialmente se hicieron compilaciones de los conocimientos geográficos griegos y se incorporó plenamente su tradición científica cartográfica. Pero con el tiempo se escribieron grandes síntesis descriptivas de la ecúmene, en especial de los territorios recientemente conocidos; se realizaron
expediciones militares y viajes comerciales a lugares recónditos; se obtuvieron mediciones de las nuevas tierras; y por fin, se realizaron nuevos mapas.
Roma reforzó su papel como centro del saber geográfico y aunque con Octavio Augusto y sucesores extendieron ampliamente sus dominios territoriales, lo cierto es que los comerciantes y sus actividades llegaron mucho más allá que las legiones. Se conoció la Ruta de la Seda a lo largo del camino a China y, por mar, el comercio llegó hasta las costas del mar Báltico, de la India, tras el descubrimiento del régimen de los monzones y su aprovechamiento en la navegación, y de la costa oriental del África tropical, todo lo cual propició la necesidad de elaborar un nuevo mapa romano de la ecúmene, en cuya confección resultó vital la contribución de personajes como Julio César (100 a.C-44 a.C.), Marco Vipsanio Agripa (64/63-12 a.C.) y, especialmente, Octavio Augusto (63 a.C.-14 d.C.).

En África, tras la expedición marítima realizada por Polibio (210/200-127 a.C.) en el año 146 a.C. por la costa occidental de África hasta Teón Óquema (Monte Camerún), se realizaron varias expediciones en el interior, por el Nilo, el Fezzán y Mauritania, y se tenían noticias ciertas sobre la costa oriental. En el 25 a.C. Aelius Gallus exploró el Nilo superior, y poco después Publio Petronio penetró, por orden de Augusto, hasta Napata en el 23 a.C. También Nerón ordenó explorar el Nilo con el propósito de localizar sus fuentes y estudiar la posibilidad de realizar una expedición militar sobre Etiopía. Según Séneca los expedicionarios llegaron hasta unos pantanos inmensos donde había dos rocas que manaban grandes cantidades de agua y según Plinio la expedición llegó hasta Méroe, donde se describe la existencia de algunos bosques y huellas de rinocerontes y elefantes, y que situó a 975.000 pasos desde Siene.
Según la reconstrucción realizada de la descripción de África de Plinio el Viejo, en su época se tenía conocimiento del interior del continente siguiendo el supuesto trazado del río Nilo según Juba II (40 a.C.-23/24 d.C.), que había sido explorado “solamente por su fama, de forma pacífica, sin las guerras que han hecho descubrir las demás tierras” y que, según él, discurría desde el Atlas mauritano hasta los grandes lagos y desde aquí hasta su desembocadura. En la región del Fezzán se sucedieron las expediciones a Garama.

En el 19 a.C., Lucio Cornelio Balbo penetró desde Numidia hasta Garama y tras él Junius Blaesus y Cornelio Dolabella en el 21-24 d.C., Valerio Festus en el 69 d.C. descubrió la ruta desde Leptis Magna a Garama y en el 86 d.C., Suellius o Septimius Flaccus sobrepasó Garama. Le sigue el viaje del comerciante Julio Maternus en el 90 d.C. hasta un lugar denominado Agisymba. En el interior de Mauritania, Suetonio Paulino atravesó el Atlas y llegó hasta el río Ger en el 42 d.C., y por la costa, entre el 25 y el 12 a.C., Juba II exploró, por orden de Augusto, las Islas Afortunadas (Islas Canarias). La costa oriental de África fue bien conocida hasta Cabo Delgado, en Mozambique. Diógenes, en su viaje de regreso de la India hacia Egipto, llegó hasta promontorio Rapta; Teófilo, refiere navegaciones habituales por la costa de Azania (Somalia); y Dióscoro informa de la localización de promontorio Prasum, el lugar conocido más austral de la costa oriental de África.

Extracto: El sistema geográfico de Marino de Tiro (Antonio Santana).

19/1/18

CARTOGRAFÍA CIENTÍFICA (I)


Las primeras reflexiones griegas documentadas sobre la Tierra y el firmamento se remontan al siglo VII a.C.
Según la tradición griega, Tales de Mileto (630-545 a.C.) fue el primero en dividir el cielo en cinco zonas atravesadas por un meridiano celeste de Norte a Sur, y la línea oblicua del zodíaco pasando por las tres zonas interiores, siguiendo el curso del Sol. Algunos autores piensan que fue él quien estableció la forma esférica de la Tierra y su posición central en el firmamento.

Otros autores antiguos que contribuyeron a establecer los pilares de la geografía fueron Anaximandro (610-546 a.C.) considerado el primero en realizar un mapa de la Tierra, Anaxímides de Mileto (585-524 a.C.), Pitágoras (580-495 a.C.) y Hecateo de Mileto (550-473 a.C.), al que se le atribuye la elaboración de un mapa y la primera descripción sistemática de la ecúmene.
Sin embargo, la constitución de la geografía teórica griega se retrasó hasta finales del siglo V a.C., cuando a raíz de la adopción de nuevas ideas y métodos procedentes de Babilonia y el uso sistemático de la geometría y la astronomía, se produjo una verdadera revolución científica y popular griega con la generalización de la idea de la esfericidad de la Tierra. A ello contribuyó la generalización de la lectura y de la escritura como medio de comunicación, así como el desarrollo del trabajo colectivo organizado en torno a academias y bibliotecas, según se hacía en Oriente desde hacía siglos.

Tradicionalmente se acepta que fue Eudoxo de Cnido (408-355 a.C.) quien, a principios del siglo IV a.C., estableció los fundamentos de la cartografía astronómica y terrestre griega con su teoría de las esferas geocéntricas y homocéntricas para explicar el movimiento de los planetas. Escribió dos tratados para explicar su globo celeste: “Fenómenos” donde describió los movimientos de los astros, y “Las velocidades” donde explicó los movimientos del Sol, la Luna y los planetas. No obstante, sus ideas nos han llegado fundamentalmente a través de un poema de Aratus de Solis (315-240/239 a.C.), en el que se describen las constelaciones y el Circuito de la Tierra.
Fue el primero en dibujar las estrellas sobre una esfera que representaba el firmamento, en cuyo centro situó a la Tierra reducida a la consideración de un punto, y en trazar sus trayectorias en círculos celestes: el ecuador, los trópicos, los círculos polares, la eclíptica y el zodiaco. Dibujó la franja zodiacal, constituida por los tres paralelos celestes oblicuos respecto al Ecuador terrestre que representaban la eclíptica y el zodiaco, donde localizó 43 constelaciones o más, y estableció el procedimiento para determinar la latitud del observador a partir del ángulo formado por la constelación Draco y el Norte geográfico.

Pero fue durante el reinado de Alejandro Magno (336-323 a.C.) cuando la Geografía griega experimentó un notable desarrollo con la ampliación del conocimiento de las tierras habitadas y la incorporación de las teorías geográficas egipcias, mesopotámicas e hindúes. Se produjo entonces una confluencia entre la cartografía teórica y la cartografía empírica que dio lugar a un desarrollo notable de la disciplina y que se prolongó, sin solución de continuidad, hasta época altoimperial romana. Se construyeron varios globos celestes y sistemas de esferas concéntricas, y la elaboración de mapas de la ecúmene se convirtió en una cuestión fundamental.

En este contexto inicial del desarrollo de la cartografía helénica destacó Piteas de Masalia (350 a.C.), que generalizó el uso del gnomón para medir la latitud con precisión aplicando la trigonometría, y que realizó notables contribuciones teóricas y empíricas. Por una parte, fue el primero en realizar en el mundo griego mediciones sistemáticas de la latitud durante el solsticio de invierno y en construir con sus observaciones una red de paralelos, dibujando sobre la esfera los lugares con la misma latitud, y por otra calculó la latitud de Marsella, que situó a 19º12´N desde el trópico de verano, y estableció la latitud del Círculo Polar Ártico en 66º30´N. No obstante, hay que señalar que el concepto de Círculo Polar Ártico (círculo siempre visible) era diferente al actual, y su latitud variaba en función de la latitud del lugar del observador. Se definía como el límite de las “estrellas siempre visibles” para dicha latitud y por tanto era un concepto dinámico en función de la latitud del observador.
Estableció la posición exacta del polo celeste, no como un punto identificado por una estrella concreta sino como un punto situado en el interior de un rectángulo definido por tres estrellas de luz débil definido por las estrellas Kochab y Pherkad, de la Osa Menor, y alguna estrella de la Osa Mayor.

Dicearco de Mesina (326-296 a.C.) realizó un mapa de la ecúmene que incluyó en su libro “Circuito de la Tierra” en el que incorporó, posiblemente por primera vez en la cartografía terrestre, un paralelo y un meridiano fundamentales centrados en la isla de Rodas (36ºN). El paralelo fundamental, el diafragma, denominado así por partir en dos partes la ecúmene, y el meridiano fundamental perpendicular al diafragma a la longitud de Rodas.

Continuará...

6/1/18

LOS REYES MAGOS



Agranda la puerta, padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.
Gracias, padre, que ya siento
que se va mi pubertad;
vuelvo a los días rosados
en que hijo no más.
Hijo de mis hijos ahora
y sin masculinidad
siento nacer en mi seno
maternal virginidad.

Miguel de Unamuno

Esta poesía es una de las 1.775 que componen “Cancionero”, los poemas que escribió Unamuno entre 1.928 y 1.936. Fue publicado en 1.953. 


LA EPIFANÍA DE CRISTO