La
historia de la Evolución Cósmica, tal como se halla expuesta en las
Estancias, es por decirlo así, la abstracta fórmula algebraica de
esta evolución. Por lo tanto, el lector no debe concebir la
esperanza de encontrar en ellas la explicación de todas las etapas y
transformaciones que tienen lugar entre los comienzos de la Evolución
Universal y nuestro presente estado. Sería imposible dar tal
explicación, que sería incomprensible a quienes ni siquiera pueden
hacerse cargo de la naturaleza del plano de existencia inmediato, al
que por el momento, se halla limitada su conciencia.
Las
Estancias dan una fórmula abstracta que puede aplicarse mutatis
mutandis a toda evolución: a la de nuestra tierra diminuta; a la de
la Cadena de Planetas de que esta tierra forma parte; a la del
Universo Solar a que pertenece esta Cadena; y así, en escala
ascendente, hasta que la mente vacila y queda exhausta por el
esfuerzo realizado.
Las
siete Estancias representan los siete términos de esta fórmula
abstracta. Se refieren y describen las siete grandes etapas del
proceso evolutivo, de que tratan los Purânas como las “Siete
Creaciones”, y la Biblia como los “días” de la Creación.
La
Estancia I describe el estado del TODO UNO durante el Pralaya, antes
el primer movimiento del despertar de la Manifestación.
Basta
pensar un momento para comprender que tal estado sólo puede
expresarse simbólicamente; pues es imposible describirlo. Y ni puede
ser simbolizado sino por medio de negaciones; porque siendo el estado
de lo Absoluto per se, no puede tener ninguno de aquellos atributos
específicos que nos sirven para describir los objetos en términos
positivos. De aquí que sólo puede sugerirse tal estado por medio de
la negación de todos aquellos atributos más abstractos que los
hombres sienten, más bien que conciben, como el límite más remoto
a que puede llegar su poder de concepción.
La
Estancia II describe una etapa que para una inteligencia occidental
viene a ser casi tan idéntica al estado referido en la primera
Estancia, que el explicar la idea de su diferencia requeriría por sí
sola un tratado.
Por
tanto, debe quedar a la intuición y a las facultades más elevadas
del lector, el penetrar hasta donde sea posible la significación de
las frases alegóricas de que se hace uso. En verdad, hay que tener
presente que todas estas Estancias hablan más a las facultades
íntimas que a la inteligencia ordinaria del cerebro físico.
La
Estancia III describe el despertar del Universo a la vida después
del Pralaya.
Refiere
cómo surgen las Mónadas de su estado de absorción en el seno del
Uno; cuya etapa es la primera y superior en la formación de los
Mundos. El término Mónada puede aplicarse lo mismo al más vasto
Sistema Solar, que al átomo más diminuto.
La
Estancia IV presenta la diferenciación del “Germen” del Universo
en la Jerarquía Septenaria de Poderes Divinos conscientes, que son
las manifestaciones activas de la Suprema Energía Una.
Ellos
son los constructores y modeladores, y en último término los
creadores de todo el Universo manifestado, en el único sentido en
que el nombre de “Creador” es inteligible; dan forma al Universo
y le dirigen; son los Seres inteligentes que ajustan y vigilan la
evolución, encarnando en sí mismos aquellas manifestaciones de la
Ley Una, que conocemos como “Leyes de la Naturaleza”.
Genéricamente
son conocidos con el nombre de Dhyân Chohans, si bien cada uno de
los diversos grupos tiene su propia denominación en la Doctrina
Secreta.
Esta
etapa de la evolución es llamada en la mitología india la “Creación
de los Dioses”.
La
Estancia V describe el proceso de la formación del mundo.
En
primer lugar, Materia Cósmica difusa; después el “Torbellino
Ígneo”, la primera etapa de la formación de una nebulosa. Esta
nebulosa se condensa y, después de pasar por varias
transformaciones, forma un Universo Solar, una Cadena Planetaria o un
solo Planeta, según los casos.
La
Estancia VI indica las etapas subsiguientes de la formación de un
“Mundo”, mostrando la evolución de este Mundo hasta su cuarto
gran período, que corresponde al período en que vivimos
actualmente.
La
Estancia VII continúa la historia, trazando el descenso de la vida
hasta la apariencia del hombre, y así termina el libro primero de La
Doctrina Secreta.
El
desarrollo del “Hombre” desde su primera aparición sobre esta
tierra en la Ronda actual, hasta el estado en que hoy se encuentra,
constituirá el asunto de los libros tercero y cuarto.
Se
intercalan extractos de las traducciones china, tibetana y sánscrita
de los Comentarios y Glosas originales de Senzar sobre el Libro de
Dzyan, siendo ésta la primera vez que dichas traducciones se vierten
a un lenguaje europeo. Es casi innecesario decir que tan sólo son
citadas porciones de las siete Estancias. Si se publicasen
completas, serían incomprensibles para todos, excepción hecha de
unos cuantos elevados ocultistas.
Con
objeto de facilitar la lectura y de evitar referencias demasiado
frecuentes a notas puestas al pie, se ha considerado más cómodo
reunir textos y glosas, usando los nombres propios sánscritos y
tibetanos, cuando no pudiesen evitarse, con preferencia a los
originales. Si hubiera de traducirse al español el versículo
primero empleando únicamente los sustantivos y términos técnicos
que constan en una de las versiones tibetana y senzar, diría como
sigue:
“Tho-ag
en Zhi-gyu durmió siete Khorlo. Zodmanas zhiba. Todo Nyug seno.
Konch-hog no; Thyan-Kam no; Lha-Chohan no; Tenbrel Chugnyi no;
Dharmakâya cesó; Tgenchang no había llegado a ser; Barnang y Ssa
en Ngovonyidj; solamente Tho-og Yinsin en la noche de Sun-chan y
Yong-grub (Paranishpanna), etc.”
Todo
esto sonaría como un completo Abracadabra.
Como
esta obra se ha escrito para instrucción de los estudiantes de
Ocultismo y no en beneficio de los filólogos, evitaremos términos
extranjeros semejantes, siempre que sea posible. Únicamente se dejan
los términos intraducibles, que no se comprendan sin una
explicación; pero todos ellos se darán en su forma sánscrita. No
hay para qué recordar al lector que estos son, en casi todos los
casos, los últimos desarrollos de este lenguaje, y pertenecen a la
Quinta Raza Raíz. El sánscrito, tal como ahora se conoce, no fue
hablado por los atlantes; y la mayor parte de los términos
filosóficos empleados en los sistemas de la India, posteriores al
período del Mahâbhârata, no se encuentran en los Vedas ni en las
Estancias originales, sino tan sólo sus equivalentes.
Descubrimientos
recientes hechos por grandes matemáticos y kabalistas, prueban sin
duda que todas las teologías desde la más antigua hasta la última,
han surgido no sólo de un origen común de creencias abstractas,
sino de un lenguaje esotérico universal o del Misterio. Estos sabios
poseen la clave del lenguaje universal antiguo, y la han usado con
éxito, aunque sólo una vez, para abrir la puerta herméticamente
cerrada que conduce al Vestíbulo de los Misterios.
El
gran sistema arcaico conocido desde las edades prehistóricas como la
Ciencia Sagrada de la Sabiduría, que está contenido y puede
encontrarse en todas las religiones antiguas así como en las
modernas, tenía y tiene aún su lenguaje universal la lengua de los
Hierofantes, que tiene siete “dialectos”, cada uno de los cuales
se refiere y está particularmente apropiado a uno de los siete
misterios de la Naturaleza. Cada uno de ellos tenía su simbolismo
propio. La Naturaleza podía ser leída de este modo en su plenitud,
o considerada bajo uno de sus aspectos especiales. La prueba de esto
reside, hasta el presente, en la gran dificultad que los
orientalistas en general y especialmente los indianistas y
egiptólogos, experimentan en la interpretación de los escritos
alegóricos de los arios y de los anales hieráticos de Egipto. Esto
sucede porque nunca quieren tener presente que todos los anales
antiguos estaban escritos en una lengua que era universal y conocida
igualmente por todas las naciones en los días de la antigüedad,
pero que ahora sólo es inteligible para unos pocos.
Así
como los números arábigos son claros para cualquier hombre, sea
cual fuere su nacionalidad; o así como la palabra inglesa and, que
se convierte en et para los franceses, en und para los alemanes, en y
para los españoles, y así sucesivamente, puede expresarse en todas
las naciones civilizadas con el signo &, igualmente todas las
palabras de esta Lengua del Misterio significaban la misma cosa para
todos los hombres.
Ha
habido hombres notables que han tratado de restablecer un lenguaje
filosófico y universal semejante: Delgarme, Wilkins, Leibnitz; pero
Demaimieux, en su Pasigraphie, es el único que ha probado su
posibilidad. El esquema de Valentín, llamado la “Kábala Griega”,
basado en la combinación de letras griegas, puede servir de modelo.
Los
muchos aspectos del Lenguaje del Misterio han conducido a la adopción
de dogmas y ritos variadísimos, en el exoterismo de los rituales de
las Iglesias. Ellos son, también, los que están en el origen de la
mayor parte de los dogmas de la Iglesia Cristiana; como por ejemplo,
los Siete Sacramentos, la Trinidad, la Resurrección, los Siete
Pecados Capitales y las Siete Virtudes. Sin embargo, habiendo estado
siempre las Siete Claves de la Lengua del Misterio bajo la custodia
de los más elevados Hierofantes iniciados de la antigüedad, sólo
el uso parcial de alguna de las siete pasó, por traición de algunos
de los primeros Padres de la Iglesia -ex Iniciados de los Templos- a
manos de la nueva secta de los nazarenos.
Algunos
de los primeros Papas fueron Iniciados; pero los últimos fragmentos
de su saber han caído ahora en poder de los Jesuitas, que los han
convertido en un sistema de hechicería.
Se
afirma que la India -no con sus actuales límites, sino incluyendo
los antiguos- es el único país en el mundo que cuenta todavía,
entre sus hijos, Adeptos que poseen el conocimiento de los siete
subsistemas, y la clave del sistema completo.
Desde
la caída de Menfis, Egipto principió a perder todas estas claves,
una a una, y la Caldea sólo conservaba tres en los días de Beroso.
En
cuanto a los hebreos, no demuestran en todos sus escritos más que un
conocimiento completo de los sistemas astronómico, geométrico y
numérico de simbolizar todas las funciones humanas y especialmente
las fisiológicas. Nunca han poseído las claves superiores. Gaston
Maspero, el gran egiptólogo francés y sucesor de Mariette Bey,
dice:
Cada
vez que oigo hablar de la religión de Egipto, me siento impulsado a
preguntar a qué religión egipcia se refieren. ¿Es a la religión
de la Cuarta Dinastía, o a la religión del período de los
Ptolomeos?, ¿Es a la religión del vulgo, o a la de los sabios?, ¿A
aquella que se enseñaba en las escuelas de Heliópolis o a aquella
otra que se hallaba en las mentes y en los conceptos de la clase
sacerdotal de Tebas?. Porque entre la primera tumba de Menfis, que
lleva la inscripción de un rey de la tercera dinastía, y las
últimas piedras grabadas en Esneh, bajo César-Filipo el Árabe, hay
un intervalo de cinco mil años por lo menos.
Dejando
a un lado la invasión de los Pastores, la dominación Etíope y la
de los Asirios; la conquista persa, la colonización de los griegos y
las mil revoluciones de su vida política, el Egipto pasó, durante
estos cinco mil años, por muchas vicisitudes morales e
intelectuales. El capítulo XVII del Libro de los Muertos, que parece
contener la exposición del sistema del mundo, según era comprendido
en Heliópolis durante la época de las primeras dinastías, sólo
nos es conocido por unas cuantas copias de la undécima y duodécima
dinastía. Cada uno de los versículos que lo componen era ya
interpretado de tres o cuatro maneras distintas; tan diferentes, que
según ésta o aquella escuela, el Demiurgo se convertía en el fuego
del sol, Ra-Shu o en el agua primordial. Quince siglos más tarde, el
número de las interpretaciones había aumentado considerablemente.
El tiempo, en su transcurso, había modificado las ideas sobre el
Universo y las fuerzas que lo rigen.
Durante
los dieciocho siglos escasos que existe el Cristianismo, la mayoría
de sus dogmas se han elaborado, desarrollado y cambiado; ¿cuántas
veces, pues, no habrá podido alterar sus dogmas el clero egipcio,
durante los cincuenta siglos que separan a Teodosio de los Reyes
Constructores de las Pirámides?
Extracto:
La Doctrina Secreta - H.P. Blavatsky
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