11/1/19

EL ORIGEN DE LA ESTRELLA DE BELEN


Una tablilla neobabilónica con escritura cuneiforme revela la existencia de una conjunción de Júpiter y Saturno en la Constelación de Piscis en el séptimo año antes de Cristo.

Una estrella anunciaría el nacimiento de un rey. Vinieron unos magos de Oriente, siguiendo el camino de una estrella y adoraron al Niño Dios”.
La estrella de Belén es el resultado de una conjunción planetaria, es decir, dos planetas se aproximan mucho en sus órbitas y a ojos de los humanos llegan a parecer un único planeta porque prácticamente se superponen en sus órbitas. Durante los años 2 y 3 a.C. se registraron múltiples conjunciones planetarias (Saturno con Mercurio, Saturno con Venus, Venus con Júpiter, Venus con Mercurio). Son muchos los astrólogos que se suman a esta creencia y hasta el propio Benedicto XVI escribió en su libro “La infancia de Jesús” que fue una conjunción planetaria la que llevó a los Reyes Magos hasta Belén.

Puede ser interesante en este contexto, que el estudioso Friedrich Wieseler, de Gotinga, haya encontrado al parecer en tablas cronológicas chinas, que en el año 4 a.C., había aparecido y se había visto durante mucho tiempo una estrella luminosa. (Gnilka, p. 44).

El evangelista Mateo (2,2) pone en relación el evento de Belén con la aparición de una estrella particularmente luminosa en el cielo de Palestina. Y es precisamente en este momento en el que la tablilla de arcilla ofrece un testimonio particular.
Existen muchas hipótesis sobre la estrella que vieron los magos, "magoi" en griego era la palabra con que se denominaba a la casta de sacerdotes persas y babilonios que se dedicaban al estudio de la astronomía y de la astrología, y que les llevó a afrontar un largo viaje con el objetivo de rendir homenaje al recién nacido.

El 17 de Diciembre de 1.603, Johannes Kepler, astrónomo y matemático de la corte del emperador Rodolfo II de Habsburgo, al observar con un modesto telescopio desde el castillo de Praga el acercamiento de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis, se preguntó por primera vez si el Evangelio no se refería precisamente a ese mismo fenómeno. Hizo concienzudos cálculos hasta descubrir que una conjunción de este tipo tuvo lugar en el año 7º a.C. Recordó también que el famoso rabino y escritor Isaac Abravanel (1437-1508) había hablado de un influjo extraordinario atribuido por los astrólogos hebreos a aquel fenómeno: El Mesías tenía que aparecer durante una conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis.
Kepler habló en sus libros de su descubrimiento, pero cayó en el olvido perdido entre su inmenso legado astronómico. Faltaba una demostración científica clara. Llegó en 1.925, cuando el erudito alemán P. Schnabel descifró anotaciones neobabilonias de escritura cuneiforme acuñadas en una tabla encontrada entre las ruinas de un antiguo templo del dios sol, en la escuela de astrología de Sippar, antigua ciudad que se encontraba en la confluencia del Tigris y el Éufrates, a unos cien kilómetros al norte de Babilonia. La tablilla se encuentra ahora en el Museo estatal de Berlín.

Entre los numerosos datos de observación astronómica sobre los dos planetas, Schnabel encuentra en la tabla un dato sorprendente, la conjunción entre Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis tiene lugar en el año 7º a.C., en tres ocasiones, durante pocos meses: del 29 de Mayo al 8 de Junio; del 26 de Septiembre al 6 de Octubre y del 5 al 15 de Diciembre. Además, según los cálculos matemáticos, esta triple conjunción se vio con gran claridad en la región del Mediterráneo.

Si este descubrimiento se identifica con la estrella de Navidad de la que habla el Evangelio de Mateo, el significado astrológico de las tres conjunciones hace sumamente verosímil la decisión de los Magos de emprender un largo viaje para buscar al Mesías recién nacido.
Según explica el prestigioso catedrático de fenomenología de la religión de la Pontificia Universidad Gregoriana, Giovanni Magnani, autor del libro “Jesús, constructor y maestro”, en la antigua astrología, Júpiter era considerado como la estrella del Príncipe del Mundo y la constelación de Piscis como el signo del final de los tiempos. El planeta Saturno era considerado en Oriente como la estrella de Palestina. Cuando Júpiter se encuentra con Saturno en la constelación de Piscis, significa que el Señor del final de los tiempos se aparecerá este año en Palestina.

La triple conjunción de los dos planetas en la constelación de Piscis explica también la aparición y la desaparición de la estrella, dato confirmado por el Evangelio. La tercera conjunción de Júpiter y Saturno, unidos como si se tratara de un gran astro, tuvo lugar del 5 al 15 de Diciembre. En el crepúsculo, la intensa luz podía verse al mirar hacia el Sur, de modo que los Magos de Oriente, al caminar de Jerusalén a Belén, la tenían en frente. La estrella parecía moverse, como explica el Evangelio, “delante de ellos” (Mateo 2, 9).
Es importante a este respecto que el planeta Júpiter representaba al principal dios babilónico Marduk. Ferrari d’Occhieppo lo resume así: «Júpiter, la estrella de la más alta divinidad de Babilonia, compareció en su apogeo en el momento de su aparición vespertina junto a Saturno, el representante cósmico del pueblo de los judíos». Los astrónomos de Babilonia, podían deducir de este encuentro de planetas un evento de importancia universal, el nacimiento en el país de Judá de un soberano que traería la salvación.

La gran conjunción de Júpiter y Saturno en el signo de Piscis en los años 7-6 a.C. parece ser un hecho constatado. Los pormenores de cómo aquellos hombres habían llegado a la certeza que los hizo partir y llevarlos finalmente a Jerusalén y a Belén, es una cuestión que debemos dejar abierta.

Que los Magos fueran en busca del rey de los judíos guiados por la estrella y representen el movimiento de los pueblos hacia Cristo significa implícitamente que el cosmos habla de Cristo, aunque su lenguaje no sea totalmente descifrable para el hombre en sus condiciones reales, suscita la intuición del Creador y también la expectativa, más aún, la esperanza de que un día este Dios se manifestará. Y hace tomar conciencia al mismo tiempo de que el hombre puede y debe salir a su encuentro. Pero el conocimiento que brota de la creación y se concretiza en las religiones también puede perder la orientación correcta, de modo que ya no impulsa al hombre a moverse para ir más allá de sí mismo, sino que lo induce a instalarse en sistemas con los que piensa poder afrontar las fuerzas ocultas del mundo.



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