7/1/19

EL NACIMIENTO DE JESÚS


Los Evangelios enmarcan el nacimiento de Jesús en tiempos del censo ordenado por César Augusto cuando Cirino era gobernador de Siria, y en los últimos años del rey Herodes el Grande, quien murió asesinado por su hijo Herodes Antipas en el cuarto año antes de Cristo. Así es que algunos historiadores creyeron que Jesús nació antes del año cero.

«En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero». Lucas el evangelista introduce con estas palabras su relato sobre el nacimiento de Jesús. Para Lucas es importante el contexto histórico universal.
Por primera vez se empadrona “al mundo entero”, hay un gobierno y un reino que abarca todo el orbe. Y por primera vez hay una gran área pacificada, donde se registran los bienes de todos y se ponen al servicio de la comunidad. Sólo en este momento, en el que se da una comunión de derechos y bienes a gran escala, y hay una lengua universal que permite a una comunidad cultural entenderse en el modo de pensar y actuar. Puede entrar en el mundo un mensaje universal de salvación, un portador universal de salvación es en efecto la plenitud de los tiempos.

Resulta claro que Augusto no solamente era visto como político, sino como una figura teológica, aunque se ha de tener en cuenta que en el mundo antiguo no existía la separación que nosotros hacemos entre política y religión, entre política y teología. Ya en el año 27 a.C., tres años después de su toma de posesión, el senado romano le otorgó el título de Augustus (en griego Sebastos), «el adorable». En la inscripción de Priene se le llama Salvador (sōtēr). Este título, que en la literatura se atribuía a Zeus, pero también a Epicuro y a Esculapio, en la traducción griega del Antiguo Testamento está reservado exclusivamente a Dios.
También para Augusto tiene una connotación divina, el emperador ha suscitado un cambio radical del mundo, ha introducido un nuevo tiempo. El “salvador” ha llevado al mundo sobre todo la paz. Él mismo ha hecho representar esta misión suya de portador de paz de manera monumental y para todos los tiempos en el Ara Pacis Augusti. En los restos que se han conservado se manifiesta claramente como la paz universal que él aseguraba por cierto tiempo, permitía a la gente dar un profundo suspiro de alivio y esperanza.

Y llegamos de nuevo al empadronamiento de todos los habitantes del reino, que pone en relación el nacimiento de Jesús de Nazaret con el emperador Augusto. Sobre esta recaudación de los impuestos (el censo), hay una gran discusión entre los eruditos, pero es bastante fácil aclarar un primer problema: el censo tiene lugar en los tiempos del rey Herodes el Grande que, sin embargo, ya había muerto en el año 4 a.C.

Según Flavio Josefo, al que debemos sobre todo nuestros conocimientos de la historia judía en los tiempos de Jesús, el censo tuvo lugar el año 6 después de Cristo, bajo el gobernador Cirino, hay indicios según los cuales, Cirino había intervenido en Siria también en torno al año 9 a.C. por encargo del emperador. Así resultan ciertamente convincentes las indicaciones de diversos estudiosos, como Alois Stöger, en el sentido de que, en las circunstancias de entonces, el “censo” se desarrollaba a duras penas y se prolongaba por algunos años. Por lo demás, se llevaba a cabo en dos etapas: primero se procedía a registrar toda propiedad de tierras e inmuebles, y luego en una segunda etapa, con la determinación de los impuestos que efectivamente se debían pagar. La primera etapa tuvo lugar por tanto en el tiempo del nacimiento de Jesús; la segunda, mucho más lacerante para el pueblo, suscitó la insurrección. (Stöger, p. 373s).

En referencia al emperador Augusto, el evangelista Lucas ha trazado un cuadro histórico y teológico donde Jesús ha nacido en una época que se puede determinar con precisión.
Al comienzo de la actividad pública de Jesús, Lucas ofrece una vez más una datación detallada y cuidadosa de aquel momento histórico. Es el decimoquinto año del imperio de Tiberio. Se menciona además al gobernador romano de aquel año y a los tetrarcas de Galilea, Iturea y Traconítide, así como también al de Abilene, y luego a los jefes de los sacerdotes (Lc 3,1s).

El decreto de Augusto para registrar fiscalmente a todos los ciudadanos de la ecúmene lleva a José, junto con María, a Belén, a la ciudad de David, y sirve así para que se cumpla la promesa del profeta Miqueas, según la cual el Pastor de Israel habría de nacer en aquella ciudad (5, 1-3). Sin saberlo, el emperador contribuye al cumplimiento de la promesa, la historia del Imperio romano y la historia de la salvación iniciadas por Dios con Israel, se compenetran recíprocamente. La historia de la elección de Dios, limitada hasta entonces a Israel, entra en toda la amplitud del mundo de la historia universal. Dios, que es el Dios de Israel y de todos los pueblos, se demuestra como el verdadero guía de toda la historia.

Continuará...

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