Oclocracia
o gobierno de la muchedumbre (del griego ὀχλοκρατία
okhlokratía, latín ochlocratia) es una de las formas de
degeneración de la democracia, del mismo modo que la monarquía
puede degenerar en tiranía o la aristocracia degenera en oligarquía.
A veces se confunde con “la tiranía de la mayoría” dado que
ambos términos están íntimamente relacionados.
El
término fue acuñado por Polibio, historiador griego, en su obra
Historiæ (VI, 3, 5-12; 4, 1-11) escrita en torno al año 200 a.C.
Polibio desarrolló su propia teoría basándose en las tres formas
de gobierno aristotélicas y sus correspondientes formas impuras,
sustituyendo la demagogia, como forma degenerada de la democracia,
por el nuevo concepto de oclocracia.
Mientras
que, etimológicamente, la democracia es el gobierno del pueblo que
con la voluntad general legitima al poder estatal, la oclocracia es
el gobierno de la muchedumbre, "la muchedumbre, masa o gentío
es un agente de producción biopolítica que a la hora de abordar
asuntos políticos presenta una voluntad viciada, confusa, injuiciosa
o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno y por
ende no conserva los requisitos necesarios para ser considerada como
Pueblo".
Polibio
llamó "oclocracia" al fruto de la acción demagógica:
"Cuando ésta (la democracia), a su vez, se mancha de ilegalidad
y violencias, con el pasar del tiempo, se constituye la oclocracia"
(Historiæ, VI, 4). Según su teoría de la anaciclosis, teoría
cíclica de la sucesión de los sistemas políticos (a la que alude
Maquiavelo), la oclocracia se presenta como el peor de todos los
sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder.
Polibio
describe un ciclo de seis fases que hace volcar la monarquía en la
tiranía, a la que sigue la aristocracia que se degrada en
oligarquía, luego de nuevo la democracia piensa remediar la
oligarquía, pero zozobra, ya en la sexta fase, configurándose como
oclocracia, donde no queda más que a esperar al hombre providencial
que los reconduzca a la monarquía.
Según
“El contrato social” de Jean-Jacques Rousseau, se define
oclocracia como la degeneración de la democracia. El origen de esta
degeneración es una desnaturalización de la voluntad general, que
deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí
misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en
general, pudiendo tratarse ésta, en última instancia, de una
"voluntad de todos" o "voluntad de la mayoría",
pero no de una voluntad general.
Según
el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832) en su Vindiciae
Gallicae, la oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y
tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un
pueblo.
No
hay que confundir el concepto de “muchedumbre” con la noción de
“multitud” promovida fundamentalmente por Baruch Spinoza, que
durante la Edad Media se diferenció de la distinción de “pueblo”
y “muchedumbre” promovida por Thomas Hobbes e imperante hasta
nuestros días. La diferencia básica es que bajo la distinción de
Hobbes el conjunto de ciudadanos quede simplificado en una unidad
como cuerpo único con voluntad única (ya sea una mera muchedumbre
que reúna los requisitos necesarios para ser considerada como
pueblo), mientras que el concepto de multitud rehúsa de esa unidad
conservando su naturaleza múltiple.
Es
común que dicha situación pueda estar promovida por la influencia
de intereses, ilustres pensadores como Aristóteles, Pericles,
Giovanni Sartori, Juvenal, Shakespeare, Lope de Vega, Ortega y Gasset
o Tocqueville han advertido de un permanente peligro para la
democracia popular: el interés de los oclócratas que ejercen el
poder para hacerla degenerar en oclocracia con el objetivo de
mantener dicho poder de forma corrupta, buscando una ilusoria
legitimidad en el sector más ignorante de la sociedad, hacia el cual
vuelcan todos sus esfuerzos manipuladores y propagandístico.
En
el desarrollo de esta política, sólo se tiene en cuenta de una
forma superficial y burda los reales intereses del país,
dirigiéndose el objetivo de la conquista al mantenimiento de un
poder personal o de grupo, mediante la acción demagógica en sus
múltiples formas apelando a emociones irracionales mediante
estrategias como la promoción de discriminaciones, fanatismos y
sentimientos nacionalistas exacerbados; el fomento de los miedos e
inquietudes irracionales; la creación de deseos injustificados o
inalcanzables; etc. para ganar el apoyo popular, frecuentemente
mediante el uso de la oratoria, la retórica y el control de la
población.
La apropiación de los medios de comunicación y de los
medios de educación por parte de dichos sectores de poder son puntos
clave para quien busca esta estructura de gobierno, a fin de utilizar
la desinformación. Así se mantiene un dominio sobre masas en
movimiento que hacen valer sus propias instancias inmediatas e
incontroladas creando la ilusión de que se impone un legítimo poder
constituido sobre la voluntad popular. Sin embargo, tal y como
asegura Rousseau en El Contrato Social falta la piedra angular, es
decir, la voluntad general de unos ciudadanos conscientes de su
situación y de sus necesidades, una voluntad formada y preparada
para la toma de decisiones y para ejercer su poder de legitimación
de forma plena. De esta forma, en la oclocracia la legitimidad que
otorga el pueblo está corrupta, pasando el poder del campo de los
políticos al campo de los demagogos.
Según
Rousseau, la democracia degenera en oclocracia cuando la voluntad
general cede ante las voluntades particulares, por ejemplo por
artimañas de asociaciones parciales (El Contrato Social, II, 3).
Pero en la práctica, es a menudo difícil de determinar cuando se
pasa de una voluntad a otra.
Un
fortalecimiento del poder político, por ejemplo del gobierno, pone
un cierto límite a la oclocracia; ¿Pero en qué medida no se
aparta también de la democracia que el poder pueda imponerse a
cualquier decisión de la población?, ¿Cuáles son los límites de
este fortalecimiento de la autoridad?. Podría considerarse un
principio fundamental de la democracia tener un poder capaz de
resistir a la muchedumbre; pero la cuestión es saber en cuales
límites esto es posible sin pasar a una forma de tiranía mediante
una alienación de la soberanía popular y un desprecio del gobierno
con respecto al pueblo.
Sólo mediante el adecuado ordenamiento jurídico (estado de derecho), se puede garantizar a todo un Pueblo la equidad y el cumplimiento
constitucional.
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