"Todos
los hombres son propensos a tener un gran concepto de su propio
entendimiento y a ser tenaces en las opiniones que profesan" dice
con razón Jordano, y añade: "Y sin embargo, todos los hombres se
guían por el entendimiento de otros, no por el suyo propio; y puede
decirse en verdad que más bien adoptan que conciben sus opiniones".
Esto
es doblemente cierto respecto de las opiniones científicas sobre
hipótesis presentadas a su consideración, decidiendo a menudo el
prejuicio y la opinión preconcebida de las llamadas “autoridades”
sobre cuestiones de la mayor importancia vital para la historia. Hay
varias de tales opiniones predeterminadas sostenidas por nuestros
sabios orientalistas, y pocas son tan injustas e ilógicas como el
error general con respecto a la antigüedad del Zodíaco.
El
tema favorito de algunos orientalistas alemanes, sanscritistas
americanos e ingleses han aceptado la opinión del profesor Weber de
que los pueblos de la India no tenían idea ni conocimiento del
Zodíaco anterior a la invasión de los macedonios, y que los
antiguos indos lo importaron a su país tomándolo de los griegos.
Se
nos dice además, por otras “autoridades”, que ninguna nación
oriental conocía el Zodíaco hasta que los helenos tuvieron a bien
participar amablemente su invención a sus vecinos. Y esto lo dicen a
la faz del Libro de Job, que hasta ellos mismos declaran ser el más
antiguo del canon hebreo y ciertamente anterior a Moisés; libro que
habla de la hechura de “Arcturo, Orión y las Pléyades (Osh, Kesil
y Kimah) y de las cámaras del Sur”; de Scorpio y el Mazaruth: los
doce signos; palabras que, si algo significan, implican el
conocimiento del Zodíaco hasta entre las tribus nómadas árabes.
Se
dice que el Libro de Job precedió a Homero y a Hesiodo por lo menos
mil años, habiendo florecido los dos poetas griegos sobre ocho
siglos antes de la Era Cristiana. Y dicho sea de paso, el que
prefiriese creer a Platón -que muestra a Homero floreciendo mucho
antes- podría señalar un cierto número de signos del Zodíaco en
la Ilíada y en la Odisea, en los poemas órficos y en otras partes.
Pero dada la disparatada hipótesis impuesta por algunos críticos
modernos de que ningún Orfeo, ni Homero o Hesiodo han existido
nunca, sería tiempo perdido mencionar para nada a aquellos autores
arcaicos.
Bastará
el Job árabe; a menos, en efecto, que su volumen de lamentaciones,
juntamente con los poemas de los dos griegos, a los que podemos
añadir los de Lino, se declare ahora que son una falsificación
patriótica del judío Aristóbulo.
Pero
si el Zodíaco era conocido en los días de Job, ¿cómo podían
ignorarlo los civilizados y filósofos indos?Arriesgando las flechas
de la crítica moderna -que se hallan más bien embotadas a causa del
mal uso-, puede el lector enterarse de la sabia opinión de Bailly
sobre el asunto. Las deducciones pueden resultar erróneas, pero los
cálculos matemáticos se basan en cimientos más seguros, tomando
como punto de partida varias referencias astronómicas de Job, Bailly
ideó un modo muy
ingenioso
de probar que los primeros fundadores de la ciencia del Zodíaco
pertenecían a un pueblo antediluviano, primitivo.
Aceptando
su fecha circunspecta de 3.700 años antes de Cristo como verdadera
edad de la Ciencia Zodiacal, esta fecha prueba del modo más
irrefutable que no fueron los griegos los que inventaron el Zodíaco,
por la sencilla razón de que no existían como raza histórica
admitida por los críticos.
Continuará...
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