6/4/17

LO ABSOLUTO (I)


Así como los navegantes, por el aroma de la canela conocen la dirección de la isla de Ceilán a mucha distancia, cuanto más nos alejamos del mundo más presentimos que nos acercamos a la patria de la verdad, porque, como desde ciertas cumbres, ya parece que se siente el olor del cielo, porque los rayos de luz que la verdad despide se van haciendo más claros y más tendidos, más intensos y más extensos.

Todas esas cuestiones que se agitan tempestuosamente entre el cielo y la tierra, entre la filosofía y el dogma, entre el sacerdocio de la fe y el imperio de la duda; unas se van achicando, otras se agrandan; las pueriles se convierten en graves, y las graves en pueriles; todo se va viendo sencillo, porque todo se va viendo claro; las ideas van siendo menos particulares, y ya la inteligencia va conociendo el ser, padre de la verdad, y ya vamos viendo que la verdad es la perfecta conformidad del ser y de la inteligencia.
Aquí ya vemos que así como hay dos especies de entendimientos, el increado y el creado, hay dos especies de verdades, la general y la particular, la objetiva y la subjetiva, la verdad de siempre y la verdad de ahora.
Esta verdad subjetiva, particular, de ahora, es la ecuación entre la cosa y el entendimiento del hombre; pero la verdad que vamos viendo, según subimos, es la verdad objetiva, general, la de siempre, la absoluta; y esta verdad es la ecuación entre la cosa creada y el entendimiento increado, es la conformidad de la razón del hombre con la razón de Dios.
Este punto alto del horizonte es aquel lugar superior donde, como observa Fenelon, mirando los geómetras chinos encuentran las mismas verdades que los europeos, mientras unos y otros se desconocen completamente. Aquella es la región de las verdades eternas, que son independientes de la voluntad divina. Aquel horizonte es la región de las águilas del entendimiento humano. Allí fué a buscar Platón la teoría de las ideas innatas, y Santo Tomás los fundamentos de su ideología, y Pascal las soluciones de sus problemas, y San Jerónimo el tipo de su virtud.
En esa cuna de luz innata nació para el hombre la verdad absoluta, allí se aparecerá eternamente a todos los que busquen su genealogía por cima de los horizontes de lo finito; con ese enigma que parece inexplicable, es con lo que se explica todo; esa idea absoluta es la razón de todas las ideas, y las razones de las ideas son las razones de todas las cosas.
Lanzándose a esta región de luz inefable, nuestra razón de un salto, por medio del concepto universal de las cosas, se levanta a las concepciones universales, sin pasar por medio de ningún dato empírico y sin necesidad de ocasión de ningún hecho de experiencia. Aquí ya las verdades son eternas, tomando el carácter esencial de que no pueden ser lo contrario de lo que son, y se formulan espontáneamente en nuestro espíritu con una evidencia inmediata.

«Todo hecho que principia supone una causa», «todos los radios de un círculo son perfectamente iguales», «no hagas con otro, lo que no quieras que el otro haga contigo», proposiciones todas confirmadas por la experiencia, pero que no es necesario para saberlas que la experiencia nos las enseñe. A esta altura inaccesible ya se encuentra la verdad invencible porque es inatacable; ya se siente el alma fortalecida con el auxilio de arriba, ya parece que se halla refugiada como dice un escritor: “bajo el cañón de la luz sobrenatural”.
El reflejo de esta luz divina es la estela que marca el rumbo de la verdad. La luz intelectual que hay en nosotros es la imagen de esta luz increada de que se inunda el alma en estas alturas, y por eso se dice en los Salmos: “la luz de tu rostro, Señor, está trazada e impresa en nosotros”.

Todos los trabajos de los filósofos se reducen a estos tres órdenes de investigaciones: estudiar una esencia, una causa o un hecho, o más concretamente, profundizar las cosas-causas para deducir las cosas-efectos, o más sencillamente todavía, examinar de qué se componen las cosas, y cómo subsisten las cosas.

Una cosa no puede ser y dejar de ser a un mismo tiempo. Este principio es una verdad eterna. El pensamiento concibe esta verdad; pero no la hace. Si el pensamiento faltara, esta verdad podría no ser concebida; pero no podría ser deshecha. Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí. Si el pensamiento que concibe esta verdad no existiera, la verdad continuaría existiendo. De lo cual se deduce que el entendimiento no regula las leyes de las cosas, sino que las leyes de las cosas forman la regla del entendimiento. Las ideas generales sólo en Dios son, y en nosotros sólo están. La verdad es una ley divina, que aunque se suele apagar en nuestro entendimiento, ella en sí misma es inextinguible.

Continuará...

Extracto del libro LO ABSOLUTO por D. Ramón de Campoamor de la Real Academia Española (año 1.865)

No hay comentarios:

Publicar un comentario