Paco de Lucía ofreció anoche un concierto en el Teatro Real de Madrid en apoyo a la campaña impulsada por el Gobierno y varias comunidades españolas para que el flamenco sea declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, cuya resolución se dará a conocer el próximo mes de noviembre en Nairobi. Es la segunda vez que se presenta esta candidatura, tras un intento fallido hace cinco años.
Y porque precisamente su humanidad es lo que hace al flamenco patrimonio de todos. Sus letras encierran todo lo que afecta al ser humano. Su música y su baile expresan el sentir de un pueblo y hacen que esa alma trascienda a la humanidad entera. Alma que no es alma sino duende, como decía Camarón.
Paco de Lucía se presentó a solas con su guitarra y una composición que daba la bienvenida al auditorio con ritmos pausados. Después fueron apareciendo el resto de los músicos, los cantaores Duquende y David de Jacoba y el bailaor Farruco. Uno de los momentos más intensos de la noche lo aportaron las alegrías Bendita sea mi tierra, a las que se sumó con su baile Farruco, que emocionó al auditorio con su dominio del tablao. El broche final lo puso una versión del clásico Entre dos aguas, con el que el maestro suele despedir sus espectáculos.
Sostiene el escritor Fernando Iwasaki que fue en el París de los años veinte cuando el flamenco salió al mundo, en aquella apoteosis de arte y literatura que describe Hemingway en su célebre París era una fiesta. Picasso, Ezra Pound, Matisse, Juan Gris o André Breton desarrollaron su creatividad con el fondo sonoro de tres músicas de raíz que se generalizaron en aquel escenario: el tango, el jazz y el flamenco. Pero, mientras que el tango y el jazz adquirieron condición internacional y se establecieron como arte de referencia en los principales países del mundo, el flamenco perdió el salto, tal vez por la turbulenta situación política de entonces.
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