5/3/11

LAS SIETE AURAS


Aura Primera.-
La primera de ellas - empezando por las más ínfima y material - es la que suponemos pertene­ce al cuerpo físico. Se le llama algunas veces el aura de salud, por el hecho de que su aspecto de­pende, en gran parte, de la salud del cuerpo físico a que pertenece. Es casi incolora, y parece como es­triada, es decir, como compuesta de una infinidad de líneas rectilíneas que irradian del cuerpo en to­das direcciones. Tal es al menos su condición nor­mal cuando el cuerpo está perfectamente sano. Esas líneas son, entonces claras, regulares y tan paralelas como su radiación lo permite; pero en cuanto acaece la enfermedad todo cambia de pronto, y las líneas próximas al lado enfermo pier­den su rectitud y proyectan confusamente en todos sentidos.

Aura Segunda.-
Intimamente unida con la precedente, está la segunda, o aura pránica, cuya descripción puede simplificarse acaso examinando en seguida la rela­ción que existe entre ambas. El prana irradia constante­mente del cuerpo y la materia así irradiada constituye el aura pránica. Pero ha de observarse aquí un hecho curioso cuya explicación no se presenta en seguida. El prana irradiado no tiene el color rosa, bajo el que se le distingue fácilmente cuando cir­cunda al cuerpo, sino que posee un color con ma­tiz clarísimo, pálido. Para dar una idea más com­prensible de ello, puede decirse que se parece mu­cho a esas burbujas de aire cálido que, en los días de estío, vemos surgir de las tierras expuestas a los rayos del sol. Se podría llamar así también aura magnética, y sirve, en efecto, para producir muchos fenómenos de mesmerismo. Eso es probablemente la llama magnética que los sensitivos han observa­do en algunos experimentos del Barón Reichenbach. Y quizá esa irradiación constante del prana alrededor del cuerpo sano produce la rigidez y el paralelismo de las líneas del aura de salud, pues se observa que cuando esa irradiación cesa, las líneas, como hemos dicho ya, se entrelazan y confunden. Cuando el paciente recobra la salud, la irradiación normal de esa forma magnética de la fuerza vital se recobra gradualmente, y las líneas del aura de salud vuelven a ser claras y regulares. Mientras las líneas están firmes y rectas, y prana irradia convenientemente sobre ellas, el cuerpo parece que está por completo protegido contra los ataques de las malas influencias físicas, como si los gérmenes de la en­fermedad fueran rechazados por la proyección de la fuerza vital; pero así que por una causa como la debilidad, una herida, el sobrecargo, la depresión del ánimo o los excesos de una vida irregular se emplea una cantidad mayor de vitalidad en el inte­rior para reparar las pérdidas, se produce una nota­ble disminución en la energía de la irradiación, el sistema de protección se debilita y peligra, siendo comparativamente fácil que los gérmenes de la en­fermedad penetren. Puede indicarse también que es posible, por un esfuerzo de la voluntad bien dirigida, proyectar el prana hasta la periferia del aura de salud, creando así como una especie de escudo impenetrable a cualquier influencia astral o elemental, mientras dure ese esfuerzo de la voluntad.

Aura Tercera.-
Es la que representa Kama o el deseo. No sería estrictamente correcto decir que ésta es el Kama-Rupa, pues este nombre no se aplica, propiamente ha­blando, sino a la imagen del cuerpo físico, que tras la muerte se forma por medio de los materiales de este tercer aura, y es el campo de manifestación de Kama, el espejo en que se refleja todo deseo, toda sensación y todo pensamiento de la personalidad. Es de su substancia de donde toman una forma material los malos elementales que crea el hombre y pone en actividad por sus mas bastos e inferiores sentimientos; del mismo elemento, pero más rara­mente, sacan también su cuerpo los elementales bienhechores engendrados por los buenos deseos. Y también de esa materia se forma «el cuerpo astral» que permite, a los que están en estado de hacerlo, viajar sobre otro plano, mientras que su cuerpo duerme. Como puede comprenderse, las manifestaciones de este aura tan esencialmente fugitivas, su coloración, su brillo, el número de sus latidos, cambian completamente a cada instante. Un acceso de cólera llena el aura de ráfagas rojizas sobre un fondo oscuro y un espanto súbito trans­forma instantáneamente todo en una masa lúgubre de gris lívido. Es menester, sin embargo, saber que si esas ma­nifestaciones áuricas son temporales, su registro en el akasha no lo es; aunque el elemental creado por un mal deseo cese de existir, tras un período de tiempo proporcionado a la energía de ese deseo, las fotografías de cada uno de los instantes de su existencia y de cada uno de sus múltiples efectos, quedan impresos en el registro akáshico, contribu­yendo con una justicia absoluta a la producción del Kama de su creador.

Aura Cuarta.-
Muy estrechamente unida al aura kámica se en­cuentra el cuarto aura, la del Manas inferior, que registra exactamente los progresos de la personali­dad. Formada por un orden de materia más elevado que el de la substancia kámica, que corresponde a los subplanos inferiores del plano mental o devachánico. De esta substancia está formado el vehículo en el que la personalidad pasa su periodo de sueño en el Devachán; y de ella está formado también el Mayavirupa, el cuerpo de que el adepto o el discípulo se sirven para obrar so­bre el astral o los subplanos devachánicos inferiores, pues ese vehículo es superior, bajo todos respetos al «cuerpo astral» de que hemos hablado ya. Este cuarto aura, representa; en suma, el estado medio de las auras inferiores a ella; pero es algo más, pues aparecen en la misma rayos de intelec­tualidad y de espiritualidad que no dejan su huella sobre las envolturas inferiores. Si las llamas colorea­das, formadas por las vibraciones engendradas por los deseos, se producen frecuentemente y con in­tensidad en el aura kámica, provocan por fuerza vi­braciones correspondientes en este aura manásica inferior, produciendo en ella un tinte permanente del mismo color. Es así también como en este aura se pueden leer las disposiciones generales o el ca­rácter de una persona, sus buenas y peores partes; y en algunas de la corrientes, en relación con esa aura, pueden registrarse los cuadros de la pasada personalidad terrestre, cuadros sobre los cuales pueden leer algunos clarividentes como sobre un libro. Cuando, durante el sueño, un hombre aban­dona su cuerpo, la mayor parte del tercer aura, el cuarto y los que le siguen por debajo, le acompa­ñan, mientras que la primera y la segunda, más un débil residuo de la tercera, que no se ha empleado para la formación del cuerpo astral, quedan con su cuerpo. Y ha de tenerse en cuenta que si ese hom­bre ha de pasar a un plano superior, el devachánico o el espiritual, dejará más numerosas auras tras sí. Es interesante conocer los matices que las diver­sas cualidades mentales o morales pueden dar a las auras tercera y cuarta (la kámica y la manásica inferior). Esto es un tema de estudio de los más complejos y difíciles de proseguir, y en el que la ecuación personal de los diversos observadores entra por mucho, lo que hace, además, que haya difícilmente un completo acuerdo. La verdad es que sólo tras un cuidadoso estudio y una larga prác­tica se puede asegurar uno de la visión sobre el pla­no astral y los demás. Precisa, además, un alto nivel de instrucción para no equivocarse y recoger aque­llo que puede contribuir a exagerar la ecuación per­sonal, cuando se quiere expresarlo con palabras. La lista de los colores y de su significación que ahora sigue, puede tomarse como la expresión de la opinión de dos o tres personas únicamente.

Aura Quinta.-
Venimos ahora a considerar el aura quinta, la del Manas superior o Individualidad. No hay que decir que ese aura no la ve todo el mundo. En los casos en que es perceptible, su belleza y su delicadeza están por encima de toda expresión. Asemejase menos a una nube coloreada, que a una luz viva; pero no hay en verdad palabras para expresarla. Está compuesta de una materia que corresponde a la de los subplanos devachánicos más elevados, y es en efecto el Karana Sharira, el vehículo del Ego reencarnador que pasa con él, de vida en vida, por las condiciones de su substancia y de su grado de avance. En el aura de un adepto, tiene tan inmenso predominio sobre el aura de la personalidad, que esta última en realidad no existe; pero el estudio del aura del adepto está por encima de los medios de aquellos que están en el comienzo del Path (Sendero). Uno, por ejemplo, de esos puntos im­portantes a considerar, es el de ese oscuro y mis­terioso factor que indica el tipo particular a que per­tenece el adepto, y de ese orden de ideas que reve­la una tradición persistente, - y perfectamente fun­dada - es la preservación de las pinturas murales que representan a Gautama Buddha en los templos de Ceilán. El Gran Maestro está representado en ellas con aura cuya coloración y disposición serían ridículas e imposibles si se tratara de un hombre or­dinario o de un adepto (si puede usarse sin irreve­rencia tal expresión), de un adepto medianamente desarrollado, pero que son en realidad la represen­tación basta del actual estado áureo de los adeptos del tipo particular al que pertenecen los Buddhas. Es de notar, además, que algunas de esas pinturas indican también el aura de salud de que hemos hablado al principio.

Auras Sexta y Séptima.-
Las auras sexta y séptima existen sin duda, pero no tenemos datos sobre ellas; las mismas anterio­res son ya bastante difíciles de imaginar por el que no las ha visto. Podrá formarse quizá una idea re­cordando que todas las partes constitutivas del aura son sencillamente manifestaciones de una misma entidad en planos diferentes, no siendo sino ema­naciones del hombre como diversas expresiones del mismo. Al verdadero hombre no podemos verle, pero a medida que aumenta nuestra vista y nuestro cono­cimiento nos aproximamos a Eso que se oculta en él; y si admitimos que el Karana Sharira es el vehí­culo más elevado que podemos percibir, estamos entonces cerca de la concepción del verdadero hombre que podemos ver. Pero si el mismo hom­bre no se considera sino desde el punto de vista de los planos inferiores devachánicos, únicamente se verá lo que puede expresarse por el cuarto aura, la cual es la manifestación de la personalidad; y si se le examina sobre el plano astral, se encuentra que un nuevo velo le recubre, y que su parte inferior sólo ha podido expresarse por el vehículo kámico visible, mientras sobre el plano físico nos hallamos peor situados, puesto que el verdadero hombre nos está más escondido y oculto que nunca. Y aunque una vista abierta pueda percibir todas esas manifes­taciones, no es menos cierto que las más elevadas de ellas se aproximan más que las otras a la reali­dad, de suerte que es el aura lo que es el verdadero hombre, y no ese agregado de materia física crista­lizada que se ve en medio de ella y a lo que atribui­mos por nuestra ceguera una exagerada importan­cia.
Extracto de libro de Teosofía: 
El Aura Humana y los Anales Akashicos de C.W. Leadbeater

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