Fortaleza Cátara de Montsegur
El
nombre «cátaro» viene probablemente del griego καθαρός
(kazarós): “puro”.
Otro
origen sugerido es el término latinocattus: ‘gato’, el alemán
ketter o el francés catiers, asociado habitualmente por la Iglesia a
"adoradores del diablo en forma de gato" o brujas y
herejes. Una de las primeras referencias existentes es una cita de
Eckbert von Schönau, el cual escribió acerca de los herejes de
Colonia en 1181: «Hos nostra Germania cátharos appéllat».
Los
cátaros fueron denominados también albigenses. Este nombre se
origina a finales del siglo XII, y es usado por el cronista Geoffroy
du Breuil of Vigeois en 1181. Se ha creído que este nombre se
refiere a la ciudad occitana de Albi (la antigua Álbiga), pero esta
denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la
cultura cátara estaba en Tolosa (Toulouse) y en los distritos
vecinos. Tal vez, por considerarse puros, se autodenominaban albinos,
que tendría su origen en la raíz "alb", que significa
blanco, raíz de la que derivan nombres como Albania. También
recibieron el nombre de «poblicantes», siendo este último término
una degeneración del nombre de los paulicianos, con quienes se les
confundía.
Además
era llamada "la secta de los tejedores" por el hecho de ser
los tejedores y vendedores de tejidos sus principales difusores en
Europa occidental.
El
catarismo llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través
de las rutas comerciales, de la mano de religiones maniqueas
desalojadas por Bizancio. Estas religiones se asentaron en Occidente
y se propagaron por distintos países. Por ello, los albigenses
recibían también el nombre de búlgaros (Bougres) y mantenían
vínculos con los bogomilos de Tracia, con cuyas creencias tenían
muchos puntos en común y aún más con la de sus predecesores, los
paulicianos. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de sus
doctrinas, ya que existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún
existen (Rituel cathare de Lyon y Nouveau Testament en provençal)
contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas.
Los
primeros cátaros propiamente dichos aparecieron en Lemosín entre
1012 y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad
languedociana de Toulouse en 1022. La creciente comunidad fue
condenada en los sínodos de Charroux (1028) y Tolosa (1056). Se
enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a
principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron
influencia en Occitania debido a la protección dispensada por
Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de
la nobleza occitana. El pueblo estaba impresionado por los Perfectos
y por la predicación antisacerdotal de Pedro de Bruys y Enrique de
Lausanne en Périgord.
La
creencia cátara tenía sus raíces religiosas en formas estrictas
del gnosticismo y el maniqueísmo. En consecuencia, su teología era
dualista radical, basada en la creencia de que el universo estaba
compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado
por Dios y otro material forjado por Satán.
Los
cátaros creían que el mundo físico había sido creado por Satán,
a semejanza de los gnósticos que hablaban del Demiurgo. Sin embargo,
los gnósticos del siglo I no identificaban al Demiurgo con el
Diablo, probablemente porque el concepto del Diablo no era popular en
aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular
durante la Edad Media.
Según
la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios
creó cielos y almas. El Diablo creó el mundo material, las guerras
y la Iglesia Católica. Ésta, con su realidad terrena y la difusión
de la fe en la Encarnación de Cristo, era según los cátaros una
herramienta de corrupción.
Para
los cátaros, los hombres son una realidad transitoria, una
“vestidura” de la simiente angélica. Afirmaban que el pecado se
produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina
católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por
la carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu,
que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado
original. Para los católicos, la fe en Dios redime, mientras que
para los cátaros exigía un conocimiento (gnosis) del estado
anterior del espíritu para purgar su existencia mundana.
Los
cátaros también creían en la reencarnación. Las almas se
reencarnarían hasta que fuesen capaces de un autoconocimiento que
les llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del
mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar
del ciclo era vivir una vida ascética, sin ser corrompido por el
mundo. Aquellos que seguían estas normas eran conocidos como
Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles,
con facultades para anular los pecados y los vínculos con el mundo
material de las personas.
Negaban
el bautismo por la implicación del agua, elemento material y por
tanto impuro, y por ser una institución de Juan Bautista y no de
Cristo. También se oponían radicalmente al matrimonio con fines de
procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al
mundo material y aprisionarla en un cuerpo. Rechazaban comer
alimentos procedentes de la generación, como los huevos, la carne y
la leche (sí el pescado, ya que entonces era considerado un "fruto"
espontáneo del mar).
Siguiendo
estos preceptos, los cátaros practicaban una vida de férreo
ascetismo, estricta castidad y vegetarianismo. Interpretaban la
virginidad como la abstención de todo aquello capaz de
“terrenalizar” el elemento espiritual.
Otra
creencia cátara opuesta a la doctrina católica era su afirmación
de que Jesús no se encarnó, sino que fue una aparición que se
manifestó para mostrar el camino a Dios. Creían que no era posible
que un Dios bueno se hubiese encarnado en forma material, ya que
todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Esta
creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que
el dios Yahvé descrito en el Antiguo Testamento era realmente el
Diablo, ya que había creado el mundo y debido también a sus
cualidades (celoso, vengativo, de sangre) y a sus actividades como
«Dios de la Guerra». Los cátaros negaban por ello la veracidad del
Antiguo Testamento.
El
consolamentum era el único sacramento de la fe cátara, con
excepción de una suerte de Eucaristía simbólica, el Melioramentum,
sin transubstanciación (si Cristo era una entidad exclusivamente
espiritual, no encarnada, el pan no podía convertirse en el cuerpo
de Cristo).
Los
cátaros también consideraban que los juramentos eran un pecado,
puesto que ligaban a las personas con el mundo material.
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