24/11/16

EL IDIOMA DEL CIELO


Puede que parezca absurdo sugerir que los seres espirituales en el cielo conversan en alguna clase de lenguaje como el que nosotros solemos emplear, un lenguaje como lo conocemos impone en razón de su misma naturaleza unas limitaciones a la comunicación de nuestros pensamientos unos con otros. Desde luego, esta clase de limitaciones no existen en el cielo.
No se puede imaginar que Dios Padre «hable» con Dios Hijo en este sentido limitador, aunque sería concebible que los ángeles hablen entre sí y que Dios les hable a ellos. Naturalmente, es posible que haya alguna forma totalmente distinta de comunicación, de la que no sepamos nada por ahora, pero que pudiera tener alguna relación con la realidad de la inspiración por ejemplo con la clase de inspiración que lleva la telepatía.

La Escritura registra una cantidad de conversaciones en el cielo entre Dios y los ángeles, y entre los ángeles mismos, como en Job 1:6 y Daniel 10:21. En este último caso hay una sugerencia de algo que tiene la naturaleza de un argumento verbal.
En cualquier caso, Dios ha hablado al hombre, y quizá no carece de significación que cuando así lo hizo, tanto por escrito al dar los Diez Mandamientos y sobre la pared en el palacio de Belsasar, como en conversación directa como cuando habló al Primer Adán y al Postrer Adán, e incluso por medio del postrer Adán al hombre (en arameo), el lenguaje es siempre alguna forma de semita. Se puede argüir que esto era inevitable, por cuanto el pueblo hebreo había sido escogido como intermediario de Dios por lo que respectaba a Su revelación.
Esta podría ser una explicación totalmente suficiente excepto por dos circunstancias que pueden tener una significación especial:
(a) el nombre original que Adán aplicó a su ayuda idónea, y (b) los nuevos nombres dados a dos convertidos en el Nuevo Testamento.
Ante todo se debería decir algo acerca de la significancia de los nombres, se puede decir que en casi todas las otras sociedades no occidentales un nombre personal no es meramente una designación útil con propósitos de identificación, sino que constituye la identidad personal del individuo. Este principio de identidad se origina en la antigüedad. Una de las más antiguas tabletas cuneiformes de interés especial para los estudiosos de la Biblia, trata de la historia de la creación y describe el tiempo antes de la formación de la tierra -esto es, cuando no existía- como un tiempo en el que la tierra «no estaba nombrada».

Tiempo hubo que el Cielo arriba no estaba nombrado, que a la tierra abajo nombre no le había sido dado”.

La narración en la que Adán da nombre a los animales que le son presentados es mucho más significativa de lo que solemos suponer, porque los nombres que les dio no eran meramente designaciones, sino resúmenes de sus características. Por estos nombres indicaba su reconocimiento del hecho de que ninguno de ellos era una contrapartida adecuada de su propio ser y que por ello no podían ser una verdadera ayuda idónea para él.
Cuando despertó del profundo sueño que le sobrevino a continuación, y cuando vio que Dios le había traído otra de Sus criaturas, en el acto percibió en ella a su verdadera ayuda idónea.
Por el nombre que le dio, demostró su conciencia de la relación que tenía con él. Su nombre original no fue Eva (nombre que recibió posteriormente), sino mujer. La palabra mujer es traducción de un término semítico que es la forma femenina de la palabra para varón.
Hombre es Ish, mujer es Ishah. En ningún otro lenguaje aparece como cosa cierta que la palabra para mujer sea el femenino para la palabra para varón. Compárese por ejemplo el latín vir para varón, mulier para mujer; el griego anêr para varón, gunê para mujer. En inglés, la palabra woman es una forma contraída de un término original «woof-man», que significaba «el hombre que teje». En castellano, las formas señor y señora parecen en principio paralelas, pero señor no es realmente la palabra para «varón», ni señora la palabra para «mujer». Se trata más exactamente de tratamientos de cortesía como «sir» y «lady» en inglés (aunque sí se debe observar que las traducciones bíblicas españolas en general emplean en este pasaje un término poco usado pero aceptado formalmente, traduciendo Ishah como «varona». En los diccionarios normativos de la lengua española no es un término de uso cotidiano.
Esta circunstancia excepcional en la historia de Adán y Eva constituye por sí misma una cierta prueba de que la forma de habla que Adán empleó era la semita, por cuanto hubiera sido cosa bien natural que el primer ser humano hubiera designado a su ayuda idónea mediante una forma modificada de su propio nombre.

Ahora bien, así como un nombre se identifica con existencia, del mismo modo un nuevo nombre se identifica con una nueva existencia. Este es un concepto extendido, y en muchas otras sociedades una persona que cambia de posición adopta generalmente un nombre nuevo (y a menudo secreto). Y cualquier persona que padezca una enfermedad durante un período anormalmente largo intentará remediarlo cambiando de nombre, convirtiéndose así en otro individuo y librándose con ello de la enfermedad unida al antiguo.
En tiempos recientes se han comunicado algunos casos instructivos de esto, incluso en nuestras propias instituciones mentales.

Jacob recibió un nuevo nombre después de una lucha espiritual muy señalada, y después parece haber sido llamado por ambos nombres, el viejo o el nuevo, quizá dependiendo de si era el viejo hombre o el nuevo el que estaba a la vista. La nación que surgió de él parece haber sido tratada de la misma forma.
Así, en tanto que la Palabra de Dios era enviada a Jacob, solo caía en Israel (Is. 9:8). De forma similar, aquel gran y terrible día de la tribulación será el día de la angustia de Jacob (Jer. 30:7), pero solo Israel será salvado (Ro. 11:26). Un israelita así era Natanael, designado por el Señor como «un verdadero israelita» (Jn. 1:47), como para resaltar la distinción. En Isaías 45:4 Jacob es meramente un siervo, mientras que Israel es Su escogido, que goza de una nueva relación con Él.
Naturalmente, ambos nombres Jacob e Israel son palabras semíticas, de modo que el nuevo nombre no se daba a este respecto en un lenguaje diferente.
Pero en el Nuevo Testamento tenemos a dos personas que reciben nombres nuevos:
Pedro (que es griego), y Marcos (que es latín), y que reciben también nombres semíticos. Pedro fue posteriormente renombrado Cefas, el original es una combinación de dos palabras hebreas. Al igual que Jacob, Pedro no siempre estuvo a la altura de su nuevo nombre, excepto que Pablo se refiere a él constantemente con el nombre de Cefas en su Primera Epístola a los Corintios (1:12; 9:5; 15:5).
Pablo mismo recibió un cambio de nombre, y la ocasión del cambio es significativa. No coincidió con su conversión. Saulo se convirtió en Hechos 9, pero se le sigue designando como Saulo en Hechos 13:2. Sin embargo, en Hechos 13:2 leemos esta declaración: «Entonces Saulo (que también es Pablo), lleno del Espíritu Santo ...». A partir de entonces nunca se le vuelve a mencionar por su viejo nombre.

Por estos pocos fragmentos de luz, el nuevo Nombre que vamos a recibir, y que está oculto en este momento, resumirá de una manera singular toda nuestra nueva personalidad en Cristo, y probablemente tendrá significado en semítico, el lenguaje del cielo, donde está nuestra ciudadanía.

De Génesis hacia finales del siglo XIX, se ilustra de forma maravillosa la universalidad del idioma del cielo:
«Dos creyentes de diferentes países se conocieron en una conferencia y observaron cada uno en el otro evidencias inequívocas de su común fe. Se acercaron con las manos extendidas en señal de bienvenida, y, aunque totalmente incapaces de pronunciar una palabra en el idioma del otro, se comunicaron perfectamente cuando uno dijo, ¡Aleluya! y el otro respondió en el acto: “¡Amén!”»

Fuente: Time and Eternity, vol. 6 of the Doorway Papers, 1975.
[Originalmente Doorway Paper # 8 - Ottawa, Ontario 1961 / Rev. 1977] www.custance.org

 

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