Toda
sustancia contiene necesariamente un principio de desenvolvimiento,
un medio de conservación y una finalidad. El principio, la causa,
es Dios; el modo de ser, la dicha, el propio bien; y el fin,
proporcionar el bien ajeno, la virtud, la moral.
Todo
ente espiritual lleva en sí la razón de su ser, su saber y su
deber. Primero es el ser de los seres; después el ser propio; y
luego el ser ajeno igual. O lo que es lo mismo, la razón de su ser,
la Religión, deberes con respecto a Dios; la razón de su saber, la
Libertad, deberes con respecto a sí mismo; la razón de su deber, la
Justicia, deberes con respecto a los demás.
La
religión, la libertad y la justicia, irradiaciones de lo absoluto,
son las leyes necesarias que constituyen parte del plan providencial.
Como
las verdades humanas no son más que los reflejos de la verdad
absoluta, y como la verdad no es más que una, resulta que no hay más
que una religión, una libertad, una justicia y una moral verdaderas,
así como no puede haber más que una sola aritmética y una sola
geometría.
El
mundo pagano acertaba con alguna máxima de moral, como acierta el
protestantismo con alguna verdad del dogma, por instinto, por
casualidad. La sofistería del pasado, con una filantropía puramente
sensual, ha pretendido elevar a dogma metafísico un cierto libre
cultismo, que no era más que la negación de toda religión.
No
puede haber más que una religión, una moral, un derecho. Puesta la
ley en armonía con la idea absoluta de la justicia, el estado hace
cumplir la ley, porque es la única verdad, y como única verdad debe
ser obligatoria para todos.
El
conocimiento de una verdad absoluta es una revelación. En esta parte
todo gran entendimiento está lleno de algo que se parece a la gracia
del Espíritu Santo.
La
moral cristiana es la verdad absoluta, tan absoluta y tan perfecta,
que es imposible de toda imposibilidad que no haya sido revelada por
Dios. La organización de nuestra iglesia es, a imitación del orden
del universo, varia y una, la variedad en la unidad, y es depositaria
del único dogma de absoluta verdad hija del padre que está en los
cielos; dogma del cual Dios es el autor, San Pablo el predicador, San
Agustín el comentarista, y Santo Tomás el sabio; pues Dios lo
inspiró, San Pablo lo precisó, San Agustín lo desarrolló, y Santo
Tomás lo demostró.
Hay
tres clases de sofistas enemigos de esta iglesia; unos que quieren
quitar a Jesucristo su humanidad, concediéndole su existencia y su
divinidad; otros que pretenden quitarle su divinidad, concediéndole
su humanidad y su existencia; y otros que, diciendo que es un
producto de la imaginación popular, le niegan la humanidad, la
divinidad y hasta la existencia. Sería un excelente asunto para que
algún buen ingenio escribiese un libro contraponiendo las ideas de
estas tres clases de sofistas, cuyo libro se podría titular: la
verdad sobre las ruinas de la mentira, o la sofistería destruida por
los sofistas.
El
dilema de San Agustín, que se puede aplicar a todos estos enemigos
de la iglesia, no tiene réplica:
«Si
Jesucristo ha hecho milagros y ha establecido una doctrina divina, en
ese caso es Dios; si Jesucristo no ha hecho milagros, la fundación
de su doctrina es el más grande y el más portentoso de todos los
milagros, y prueba que la voluntad divina quiere que Jesucristo sea
reverenciado como el único y verdadero hijo de Dios.»
Los
exegetas que atacan la divinidad de la persona de Cristo, y no se
atreven a dudar de la santidad de su moral, cometen una acción
impía, para venir luego a hacer una cosa necia. ¿Puede dejar de ser
divina una moral que presenta sabias soluciones para todos los
problemas de la vida, que ha convertido el mundo a la verdad, y que
ha creado esta civilización europea, más religiosa que la oriental,
más sabia que la griega, y más universal que la romana?.
Todos
están de acuerdo en la divinidad de la doctrina; sólo los exegetas
dudan de la santidad de la persona. Pues aquí vuelvo a mi argumento:
el que Dios se haya hecho hombre para publicar una moral divina, por
ser sobrenatural, eso es un milagro creíble; pero el que esa
doctrina fuese publicada por un hombre, que no fuese Dios, por ser
contra-natural, eso sería un milagro increíble. Un Dios hecho
hombre es sobrenatural; pero un hombre que hiciese lo que Dios, sería
contra-natural. Sacar lo humano de lo divino es cosa fácil; pero
inferir de lo humano lo divino es una cosa imposible.
La
fe y la razón son dos órganos de lo absoluto, porque según
Nicolás, “la razón es como el ojo del espíritu y la mirada del
alma; la revelación es la luz que, reflejando en los objetos, los
hace visibles. El ojo por sí no ve, es menester que la luz le
advierta la presencia de los objetos. La luz por sí sola tampoco
hace ver, si el ojo no se abre, no se fija y no penetra con sus
miradas los objetos. Esta es la imagen de la razón y de la fe”.
Los
protestantes dicen que el hombre tiene la razón porque tiene su
razón. Error de lógica: jamás de lo particular se puede deducir lo
general. El hombre tendría razón, si tuviera la razón; pero la
gran razón del hombre es eterna, es objetiva, es ontológica, está
fuera del hombre, es la razón de Dios.
Toda
inspiración es una revelación. Ya Hipócrates pensaba que, aún las
mismas artes indispensables a la vida humana fueron una revelación y
una gracia de los Dioses. Platón afirma que en cuanto a moral nadie
puede enseñar cosa alguna a otros, a menos que no haya tenido a Dios
por maestro.
Extacto
de: LO ABSOLUTO - Ramón de Campoamor
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