Ya
sea ario o egipcio, el origen del Zodíaco es sin embargo de una
antigüedad inmensa. Simplicio, en el siglo VI de Cristo, escribe que
siempre había oído que los egipcios habían conservado
observaciones y anales astronómicos durante un período de 630.000
años. Esta declaración parece asustar a Gerald Massey, quien sobre
este particular observa que: Si interpretamos este número de años
por el mes que los egipcios llamaban año según dice Euxodo, o sea
un curso de tiempo, esto daría aún la duración de dos ciclos de
precesión (51.736 años).
Diógenes
Laertius hacía remontar los cálculos astronómicos de los egipcios
a 48.863 años antes de Alejandro el Grande. Martiano Capella
corrobora esto diciendo a la posteridad que los egipcios habían
estudiado secretamente la astronomía por más de 40.000 años, antes
de que comunicaran sus conocimientos al mundo.
En
Natural Génesis se hacen algunas citas valiosas con el objeto de
apoyar las teorías del autor, por ejemplo, se hace la cita siguiente
de la Vida de Sulla de Plutarco:
“Un
día que el firmamento estaba sereno y claro, se oyó en el sonido de
una trompeta, tan fuerte, agudo y melancólico, que llenó de espanto
y de asombro al mundo. Los sabios toscanos dijeron que presagiaba una
raza nueva de hombres, y una renovación del mundo; pues aseguraban
que había ocho clases distintas de hombres, todos diferentes en vida
y costumbres; y que el Cielo les había señalado a cada uno su
tiempo, que estaba limitado por el círculo del gran año” (25.868
años).
Esto
recuerda mucho nuestras Siete Razas de hombres, y la octava, el
“hombre animal”, descendiente de la última Tercera Raza; así
como también la sucesiva sumersión y destrucción de los
continentes que por fin concluyeron con casi toda aquella Raza.
Jámblico
dice: No solamente han conservado los asirios los anales de sus
veintisiete miríadas de años (270.000 años) como dice Hiparco,
sino también todos los apocatástasis y períodos de los Siete
Regentes del Mundo. Esto se aproxima en cuanto es posible al cálculo
de la doctrina esotérica. Porque se conceden 1.000.000 de años a
nuestra Raza Raíz actual (la Quinta), y sobre 850.000 años han
pasado desde la sumersión de la última gran isla que formaba parte
del continente de los Atlantes, la Ruta de la Cuarta Raza, los
Atlantes; mientras que Daitya, pequeña isla habitada por una raza
mixta, fue destruida hace unos 270.000 años durante el Período
Glacial o en su proximidad.
Pero
los Siete Regentes, o las siete grandes Dinastías de los Reyes
Divinos, pertenecen a la tradición de todo gran pueblo de la
antigüedad. Siempre que se menciona el doce, se refiere
invariablemente, a los doce signos del Zodíaco.
Tan
patente es este hecho, que los escritores católico romanos, especialmente los ultramontanos franceses, han acordado tácitamente
relacionar los doce Patriarcas Judíos con los signos del Zodíaco.
Esto se hace de un modo profético-místico que suena a los oídos
piadosos e ignorantes como una prueba portentosa, un reconocimiento
tácito divino del “pueblo escogido por Dios”, cuyo dedo ha
trazado intencionalmente en el cielo, desde el principio de la
creación, el número de estos patriarcas.
Es
bastante curioso que estos escritores, entre ellos De Mirville,
reconozcan todas las características de los doce signos del Zodíaco
en las palabras dirigidas por el moribundo Jacob a sus hijos, y en
sus definiciones del futuro de cada tribu. Además, las banderas
respectivas de las mismas tribus, se dice que han exhibido los mismos
símbolos y los mismos nombres que los signos, repetido en las doce
piedras del Urim y Thummim, y en las doce alas de los dos Querubines.
Dejando
a los referidos místicos la prueba de la exactitud de la supuesta
correspondencia, nos concretamos a citarla como sigue:
El
Hombre, o Acuario, está en la esfera de Rubén, que se declara tan
“inestable como el agua” (la Vulgata, dice: corriendo como el
agua”); Géminis, en la de Simeón y Leví, a causa de su estrecha
asociación fraternal; Leo, en la de Judá, “el León fuerte” de
su tribu, “el cachorro del León”; Piscis, en la de Zabulón, que
“morará al abrigo del mar”; Tauro, en la de Issachar, por ser
“un asno fuerte descansando”, y por tanto asociado a los
establos; Virgo-Escorpión, en la de Dan, que está descrito como
“una serpiente, una culebra que muerde en el sendero”;
Capricornio, en la de Naphtalí, que es “una cierva (venado) en
libertad”; Cáncer, en la de Benjamín, porque es “voraz”;
Libra, la Balanza, en la de Aser, cuyo “pan será nutritivo”;
Sagitario, en la de José, porque “su arco pronostica la fuerza”.
Por último, para el duodécimo signo, Virgo, independiente de
Escorpión, tenemos a Dinah, la hija única de Jacob.
La
tradición muestra a las supuestas tribus llevando los doce signos en
sus estandartes. Pero en efecto, además de lo dicho, la Biblia está
llena de símbolos y personificaciones teo-cosmológicos y
astronómicos.
Fuente:
La Doctrina Secreta Vol. II
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